El 9 de junio de 1924, el mítico Stade Colombes de París se veía colmado por 60.000 espectadores para ver la final de los Juegos Olímpicos entre Suiza (campeón europeo) y la selección de un pequeño país de la desconocida América del Sur. Dentro de ese marco, los libros cuentan que también quedaron afuera 10.000 hinchas más por falta de lugar, lo que provocó incidentes con heridos graves.
La alineación que salió a la cancha a defender la Celeste fue la siguiente: Mazali; Nasazzi, Arispe, Andrade, Vidal, Ghierra, Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano. Por su parte el conjunto suizo saltó al terreno de juego con Pulver; Reymond, Ramseyer, Oberhauser, Schmiedlin, Pollitz, Ehrenbolger, Pache, Dietrich, Abegglen y Fassler.
Como una ráfaga de color cielo, Uruguay dominó el partido de principio a fin. El equipo oriental abrió el marcador en el minuto 27 de la primera mitad, por intermedio de Perucho Petrone; el “Vasco” Pedro Cea hizo el segundo en el minuto 18 de la segunda parte y Ángel Romano hizo el tercero en el 36 de la segunda parte. La magnífica escuadra liderada en la cancha por Héctor Scarone, y con varios auténticos cracks como José Nasazzi, José Leandro Andrade, Pedro Cea, Pedro Petrone, Ángel Romano… fue justamente coronada con la medalla de oro de los JJOO y entró para siempre en la historia del fútbol. Uruguay regó los fields parisinos con su fútbol técnico y de pase corto, y jugó a placer ante una Suiza que no pudo hacer nada para frenar el juego de los charrúas.
Los celestes fueron originales hasta en la celebración, dado que aquella vuelta al estadio encabezada por José Nasazzi fue denominada desde entonces “la vuelta olímpica”. Así, una invención atribuida desde entonces a la historia del fútbol uruguayo se ha extendido por todo el mundo hasta nuestros días como símbolo de los campeones.
Para el público parisino, fue tal el impacto provocado por la demostración futbolística uruguaya que se menciona a la final de Colombes como el partido más influyente para el desarrollo del fútbol francés. Una pequeña nación a la que consideraban casi salvajes, acababa de enseñarle al mundo como se juagaba al fútbol y se consagraba como monarca del mundo, ya que por aquellos años los Juegos Olímpicos eran la única competición mundial de fútbol.
A casi un siglo de aquella gesta, no podemos más que recordar con orgullo a aquellos héroes que hicieron que el nombre de nuestro país comenzara a ser asociado con el fútbol. Asombraron a todos, se divirtieron, inventaron la vuelta olímpica y quedaron para siempre en el olimpo de los ganadores. SALÚ OLÍMPICOS, ETERNOS CAMPEONES!