La localía. Qué elemento importante en el fútbol y que con el paso de los años hemos dejado prácticamente abandonada desde que a nuestro público le interesa más hacer la ola que amedrentar al visitante. Esto siempre fue así y así sigue siendo en el resto de los países de América, done todavía se mantienen tradiciones como la de hacer ruido en las afueras del hotel para que los players no logren conciliar el sueño. Pero bueno, nosotros nos hemos convertido en un país “visitante friendly”, al que da gusto ir porque 100 hinchas logran con muy poco esfuerzo hacerse sentir entre 49.900 almas sin alma.
Esta clasificación no puede celebrarse sin destacar algo que tal vez haya pasado inadvertido para ese público más propio del Teatro Solís de que una cancha de fútbol que, lamentablemente, se ha adueñado de las tribunas del Coloso de Cemento cuando juega Uruguay y corren tres millones. Algo que siempre existió y que, aunque a alguno pueda parecerle una práctica deshonesta, nos la siguen haciendo a nosotros cuando vamos como unos angelitos a jugar a otros países. Tengamos claro algo: los alcanzapelotas también juegan. Y a veces, ayudan a ganar partidos con su avezado accionar.
Y en un partido sufrido ante el team del Perú, en el que no sobró nada y casi nos empatan si la pelota tenía 2 centímetros menos de diámetro, el plantel de alcanzapelotas entendió qué era lo que se estaba jugando. Fue conmovedor y merecía el reconocimiento en este humilde espacio lo hecho por estos jóvenes y en particular por uno de ellos, que sin saberlo estaba emulando a un hombre que se hizo a sí mismo y luego construyó un legado en el fútbol uruguayo. Y ese hombre, Francisco Casal, no siempre fue mocasín italiano sin medias, traje caro y cadena de oro sobre el pecho. No, Paco empezó siendo alcanzapelotas, donde ya mostraba que era distinto.
1968. Tercer partido de la Final de la Libertadores entre Estudiantes de La Plata y Palmeiras. Carlos Bilardo -un gran hombre y entonces jugador del equipo argentino- quería asegurarse de que sí su equipo se ponía en ventaja, los botijas que alcanzaban la pelota se encargaran de demorar la devolución correspondiente. Nada ilegal, por cierto, ni motivo para que nadie se escandalizara. Los jovencitos llamaron a su líder, que no era otro que un casi niño de 14 años con flequillo al que apodaban “Paquito”, quien sereno y seguro le preguntó a Bilardo: “¿Y para nosotros cuánto hay?” Al argentino no le quedó otra que prometerle al imberbe un dinero, y dejar las pelotas de entrenamiento de su equipo como garantía. “Paquito”, menor que el resto del equipo de alcanzapelotas, ya se mostraba más avispado que ninguno. Su inteligencia y facilidad para expresarse lograron que Bilardo entendiera enseguida. Estudiantes terminó saliendo campeón, acaso el primer equipo que debió poner “Gracias Paco” en el tablero electrónico del estadio.
2022. Los alcanzapelotas uruguayos también entendieron lo que había que hacer, porque éramos locales y estaba la clasificación al mundial en juego. Y también tenían un líder, acaso un “Paquito” un poco mayor y adaptado a los tiempos que corren, que se adelantó a la jugada y dejó pasar una pelota que debía alcanzarle al arquero peruano y lo hizo calentar. Terminó expulsado por el árbitro, pero logró que todos salieran en la foto con el plantel tras la clasificación. Fue realmente conmovedor, y creemos que este compatriota debería ir a Qatar con el plantel a darles charlas de cómo es la cosa. Aunque allá no vayamos a ser locales, hay que buscar la manera de serlo siempre.