Allá por 1997, la selección uruguaya se debatía sin rumbo deportivo en las Eliminatorias al mando de Juan Ahuntchain y su recordado “matemáticamente tenemos chance”. Vestían la gloriosa casaca color cielo hombres como Robert Siboldi, Washington Tais, Eber Moas, Paolo Montero, el Nano Dos Santos, Pablo Bengoechea, Marcelo Otero y Enzo Francescoli; verdadera pléyade de guerreros que no encontraba su mejor funcionamiento por motivos que no vienen al caso. Francia ’98 se iba a ver por televisión, como se podían ver las andanzas de un compatriota que desplegaba su magia en el fútbol de tierra adentro y era propuesto por una fuerte campaña para vestirse de celeste. Desde Mercedes, la gente juntaba firmas para recordarle a Juan Ahuntchain que Mauricio “Quique” Martínez era ciudadano natural uruguayo con cédula de identidad, primaria completa y carné de vacunas al día.

Los más veteranos seguramente recordarán aquellos momentos en los que aquel habilidoso delantero de cualidades cuasi circenses, protagonizaba imágenes que se proyectaban en el Polideportivo Dominical de Telemundo 12 y evidenciaban una habilidad no muchas veces vista en las canchas montevideanas. Seguramente, muchos recordarán la incesante lucha de su novia, Jenny (cuyo nombre aparecía en la nuca del propio jugador en un corte de pelo innovador para la época), para que el entrenador de la selección mirara un poco para el interior del país. Jenny juntó firmas, movió cielo y tierra, pintó una bandera que decía “Ahuntchain, el interior también existe”, y logró captar la atención de un país que se empezó a preguntar si aquel muchacho no debería tener una oportunidad de sumar su talento al de Enzo Francescoli, al tiempo que otros argumentaban que como malabarista era muy bueno pero que habría que ver cómo se adaptaba al juego asociado (como si la selección estuviera mostrando eso por aquellos días).

Pero, ¿quién era Mauricio “Quique” Martínez? ¿Qué se sabía de aquel personaje atípico, que jugaba de botines blancos pintados por él mismo y que había tenido un breve pasaje en una Liguilla Pre-Libertadores con Punta del Este de Maldonado en el año 1997? Cuentan los que lo vieron, que Martínez era un jugador incontrolable, que hacía locuras en la cancha, que enloquecía a los rivales con su habilidad, pero se bancaba las consecuencias. Llegaba en aquellas imágenes su jugada característica, que hoy se podría haber llamado “La gran Quique Martínez”, en la que colocaba el útil sobre su nuca y se iba corriendo, la bicicleta con la que arrojaba el esférico 20 metros y todo tipo de demostraciones de dominio inusitado del balón. Cuentan que, además, tiraba los botines a la tribuna para ganarse la simpatía de la hinchada, a la que antes había deleitado con sus firuletes y con las locuras que hacían calentar a un pueblo.

Aquellas habilidades no lo llevaron a la selección, pero sí al fútbol chino, donde compartió equipo con el Mosquito Heberley Sosa y el Varilla Andree González y posteriormente al Cienciano de Perú, donde un día hizo esa jugada de ponerse la globa en la nuca y ocasionó un revuelo tal que derivó en una batahola de proporciones épicas, con el promocionado player peruano Chemo Del Solar bailando para tratar de sacársela y para intentar pegarle. Los contrarios pensaron que los estaba sobrando, pero el Loquito, como le decían en Perú al apodado “Magia Blanca” en su Mercedes natal, jugaba así. En Perú fue sancionado con 13 partidos de suspensión, tras ser denunciado por agresión verbal y física a un árbitro. Luego de retirarse, se radicó allí y puso una escuela de fútbol. Al día de hoy, sigue siendo recibido como un rey. Volvió a Mercedes, y olvidó aquel incidente que le ocasionó la suspensión en Perú convirtiéndose en árbitro de fútbol infantil y luego de mayores. Allí también tuvo algún malentendido con una cuarteta arbitral que entendió que los había agraviado, ante lo cual la gremial de árbitros resolvió expulsarlo.

La propuesta de citar a Mauricio “Quique” Martínez a la selección no fue tenida en cuenta por un Ahuntchain tal vez más preocupado por la calculadora. Pero años más tarde, ya retirado, el loco lindo conocido por su habilidad de correr con la pelota sobre la nuca se dio el gusto de ponerse la celeste en la selección uruguaya de Fútbol 7 y seguir siendo tan extravagante como siempre con la pelota en los pies. Este mismo año, jugó la Copa América de Selecciones de dicha modalidad y demostró que, con 48 años, la magia está intacta.

Dicen que a gente se agolpaba en las boleterías del estadio Luis Koster para verlo jugar, que no jugó al fútbol, sino que maravilló y enamoró a la pelota con sus malabares; que valía cada peso de la entrada para verlo jugar, que fue el mejor 9 del interior y que nunca más tendremos un jugador con tanto talento. Algunos dirán que hay jugadores olvidados, pero las demostraciones de afecto hacia Quique Martínez prueban lo contrario (aunque Ahuntchain siga sin saber quién era). ¡Que vuelvan los magos del interior de antes, y que vuelva la celeste de antes!