Para nosotros, siempre importa la forma en la que se hacen las cosas. Por eso, mientras apuramos una grappa en compañía del esclavo, queremos destacar que no somos de los que están festejando un empate. Por más calor que hiciera, por más visitantes que fuéramos, el fútbol admite una serie de resultados y trámites, pero siempre se espera que las cosas se hagan de determinada forma.
No vamos a detenernos en explicarlo, pero por ejemplo, si por esas fatalidades de la vida el rival se encuentra más acertado y nos propina un 3-0 en los primeros 15 minutos en un entorno desfavorable como puede ser la altura, o los pizarreros de Brasil jugando de locales, se debe apelar a terminar el partido con 8 jugadores. Pero de arriba ya no queda ni el perejil en la feria, hay que marcar presencia ganando o haciendo sentir el rigor como buen equipo oriental. Y para estos casos en los que se logra revertir un resultado luego de bailar durante un buen tramo del match, hay que cerrar el partido. Aprender a ganar, que le dicen. Para los que saltan como señoritas a decirnos que queremos perder, no señores, cuando se puede ganar hay que ganar!
Por eso, claramente no vamos a festejar un empate en un partido que se pudo haber ganado. De no ser porque nos comemos dos goles de cabeza, en el primero el afrancesado hermano de Patoruzú se deja caer y protesta un empujón, y en el segundo dejamos entrar a un tipo de 2 metros viniendo de atrás y en carrera. Era obvio que nos iba a clavar! Nadie fue capaz de tirarle la carrocería encima, de sacrificarse como hizo el Pato para cerrar un partido justamente ante el mismo rival.
Justamente, a un equipo uruguayo nunca le iban a hacer dos goles de cabeza los colombianos! Para peor, seguimos ganando el fair play, tristemente. Una de las pocas señales de Viejos Valores, fue la mostrada por el juez argentino, dejando pasar un penal, perdonando la vida a Suárez y siendo casi un uruguayo más en varios pasajes del encuentro. Y tuvo que entrar Palito, ese descendiente directo de Obdulio para jugarse la ropa en un par de cierres, sobre todo en uno en el que otro no se hubiera arriesgado. El moreno elemento cerró los ojos y se mandó, y también cuando tuvo que comerle el tobillo al habilidoso rival, lo hizo sin reparos. Por que el partido exigía a un player que se diera cuenta que el mejor jugador rival estaba pidiendo una juntada de tobillos a los gritos. Jugando con amarilla, Pereira se acomodó en el partido, no le pesó y marcó territorio por su sector, antes custodiado por el juvenil elemento del peinado de peluquería.
En contrapartida, tuvimos que fumarnos a un relator que dijo 200 veces “cómo llueve”, a un comentarista que secó al combinado hablando maravillas de esto y aquello y ahí nos empatan, y la triste actitud de aquellos calendaristas que le gritaban “ole” a Venezuela y hacían la ola en el coloso de cemento, ahora tirando cuetes tras un empate que debió ser victoria. Se perdieron valores y códigos como sociedad, desperdiciando bombas brasileras que pueden servir para ocasiones mucho más valederas. Porque la Celeste de antes, la de todas las épocas, cuando tenía un partido para ganar, lo ganaba. Hoy Colombia, después de estar muerta en la cancha, nos empata a lo Uruguay, de atrás y con un cocazo. QUE VUELVAN LOS CIERRES DE PARTIDOS DE ANTES, QUE VUELVA EL OFICIO DE ANTES, QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!