Por esas ironías de la vida, el negro azabache es el color del luto. Un luto que sobrevino cuando, casi como al pasar, cerraron un lugar en el que tantos futbolistas que supieron dejar todo en la cancha pudieron disfrutar de algún rato de sano esparcimiento en un ambiente familiar. Echaron a andar la piqueta fatal del progreso sobre las estructuras que tantas veces albergaron la diversión de muchos compatriotas, incluidos los obreros de la pelota luego de épicas batallas en el césped.

Pero donde realmente radica la tristeza y la indignación, es en el hecho de que ni siquiera se utiliza ese templo para hacer un museo, ni se lo aprovecha para otro fin. No, se lo demuele, como se hace cuando se quiere dejar bien claro que se quiere hacer daño derribando algo muy preciado. Lo que no saben, es que como un cementerio indio, las historias acaecidas en esas paredes que derrumbaron quedarán para siempre dando vueltas por el parque.

No hubo propuesta alguna para que la fecha del fútbol uruguayo llevara el nombre de “Azabache”, no hubo un minuto de silencio antes de cada partido. Tampoco habrá plaquetas alusivas a hazañas de jugadores tan destacados en la pista o en la barra como en la cancha, no habrá un mural que recuerde a aquella delantera de ébano del Chengue y Zalayeta bailando salsa para aflojar las exigencias de alguna pretemporada.

Tampoco existirá más el lugar en el Carlitos Núñez fue apodado “discoteca” ni en el que los mismos integrantes del proceso supieron festejar alguna clasificación a un Mundial. Era, ese lugar signado por algunos como un agujero negro en el que las buenas costumbres quedaban en la puerta, una metáfora de la cancha de fútbol. Porque por ese templo pasaron todos, desde el hijo de Pablo Forlán hasta el más humilde lateral de la “C”.

Se dirá que no deja de existir sino que se muda a un lugar mejor. Pero no, el verdadero templo de la noche y el fútbol debió seguir enclavado en la zona de influencia de los futbolistas: en las inmediaciones del coloso de cemento. Ahí, en pleno parque de Los Aliados, será donde quedará enclavada para siempre la leyenda del lugar en el que el “2 y 1” era el sistema por excelencia, por encima de cualquier “4-4-2” o “4-3-3”.

Salú, Azabache. Por el recuerdo de un campo de batalla en el que los guerreros del césped y las guerreras de la vida fueron tan felices, por la memoria de un lugar que nunca discriminó y que dio diversión al obdulista de ley sin pedir nada a cambio. Hoy podremos estar de luto, pero el Azabache será siempre el color de la alegría en la consideración de unos cuantos. Que vuelvan los antros de antes, que vuelva el fútbol de antes y que vuelva la celeste de antes!