La historia de Carlos Camejo no es una más. Guapo y humilde, recordado por su presencia y su despliegue en el centro de la cancha. “El Tatú” se caracterizaba por ser un jugador recio, de pierna fuerte, con el que no pasaba nadie en la mitad de cancha. Le tenían miedo todos los rivales, ya que Carlitos  le pegaba hasta a la madre. Sin embargo, no era tan rústico como dicen. Imponía respeto y tenía chapa de caudillo, se agrandaba en las mas duras  y siempre sacaba a flote a su equipo a puro corazón. Se le achacaban sus carencias a la hora de expresarse, pero hasta donde tenemos entendido, al fútbol se juega con el corazón y con los pies.

Un muchacho de barrio, desconocido para el gran público, llegaba con 24 años a ser conocido para el gran público, y se definía a sí mismo en aquel entonces como un volante con llegada al ataque y buena defensa En su debut clásico, luego de una gran actuación la prensa titulaba: “Camejo: ¡ah, macho!”.

Sencillo como persona, tímido, sus características como jugador eran las de un mediocampista central aguerrido, con cierta dosis de buen manejo. Esa sencillez se trasladó fuera de las canchas, ya que durante un período de inactividad, se encargó de un puesto de frutas y verduras. “Llévelos Doña.. mire que estos tomates son de primera ehh… no se va a arrepentir”, titulaba una nota de la época. Ese era el nuevo Camejo. De aquel que jugaba, mordía y corría a los rivales, a un negociante atento, servicial y hasta “compinche” con los clientes. Durante un tiempo, el puesto de frutas y verduras “La Amistad”, enclavado en la esquina de Monte Caseros y Garibaldi fue su cancha. Tiempo atrás, en setiembre de 2001, había viajado a jugar a un equipo de Arabia Saudita, pero el atentado a las Torres Gemelas lo obligó a volver al país. En una entrevista contó que mientras esperaba alguna oferta, se desempeñaba como chofer.

Retornó a la actividad en 2005 para jugar en Deportivo Colonia  y a comienzos de 2006 fichó con Basañez para disputar la segunda división del fútbol uruguayo. A mediados de ese año pasó a La Luz, también de la segunda categoría. Luego de años alejado de las canchas, el 2010 lo vio  jugar en el Vida Nueva de San Bautista, como número 10. Posteriormente y tras abandonar el fútbol trabajó en el sector VIP del boliche de su amigo el gran Richard Chengue Morales.

29337Carlitos Camejo fue un gladiador como los de antes, un guerrero que nunca tuvo la chance de vestir la Celeste pero seguro la hubiera defendido con la vida. Todos lo destacan como un buen tipo que no hizo guita y además le fue mal en este fútbol sin códigos de hoy. “Ya aprendí cómo es el fútbol. Hoy estás y mañana nadie se acuerda de vos. En la buena todos se trabajan que son amigos y después te dan la espalda”, decía un resignado Camejo en una nota periodística.

Con fama de rebelde y jugador difícil, Camejo siempre fue frontal y peleador. “Mi viejo me enseñó que guapo no es quien gana, sino quien pelea. Yo no le gano a nadie, pero peleo”, comentó una vez a modo de declaración de principios. De una estirpe que ya casi no queda, homenajeamos a un jugador tal vez olvidado por muchos pero de los guerreros que dejaban bien parado el prestigio charrúa en cualquier cancha.