Claramente, no vamos a poner a cualquiera debajo de los tres palos. Por eso, aquel al que le encarguemos custodiar nuestra valla debe atesorar una serie de atributos que no son fáciles de encontrar. Ese sobrio compatriota de pantalón largo con las medias por arriba del mismo, tiene una enorme responsabilidad y no debe fallar. Primero que nada, tiene que ser un tipo atajador. Por supuesto que jamás le convertirán goles “de biógrafo”, por los caños o porque un delantero lo pechó y lo tiró al suelo.

Claramente, la presencia es un valor primordial para un cancerbero, porque un goalkeeper oriental no es cualquier cara de loco que se pone al arco. Es un hombre enhiesto que combina el gesto adusto de un Mazurkiewicz, hombre enjuto y vestido siempre de riguroso negro; con la estoicidad de un Robert Dante Siboldi siempre dispuesto a ponerle el pecho a las balas, la nobleza de un Roque Gastón Máspoli, la voz de mando y el bigote de Rodolfo Rodríguez o Eduardo Pereyra, incluso una frondosa barba.

(El texto completo se encuentra en el libro Que vuelva la celeste de antes, de Sebastián Chittadini. Fin de Siglo, 2017)