Una imagen vale más que mil palabras, dicen los que saben. Y si esas imágenes son dos, todavía más. Por eso, si pensamos en una imagen que reúna a dos símbolos patrios y diga cosas para el obdulista de a pie, seguro nos viene a la mente una verdadera postal que quedará grabada para siempre en nuestros corazones.

Cuartos de final de la Copa América de Venezuela 2007, nos enfrentábamos al local y no se podía perder. Había que mostrarles la historia de Uruguay. Fue ahí cuando Pablo García, el símbolo del equipo oriental, convirtió un golazo que usted seguro recuerda y durante el festejo asombró a todos al descubrir su hombro dejando ver un enorme tatuaje con la cara de José Gervasio Artigas. No sabemos si nos emocionó más el gol del Canario, con la pelota colocada en el lugar del arco donde no llega ningún ser humano, o el festejo para todo el mundo televisivo.

Millones de personas fueron testigos del momento en que el prócer futbolístico descubrió la parte superior de su antebrazo, remangándose la gloriosa casaca celeste para que se viera orgullosamente su tatuaje. Cualquier compatriota debería valorar en su justa medida que fuera nuestro prócer el que quedó inmortalizado en el festejo del prohombre García, y no algún diseño estrafalario de moda extraído de algún catálogo de símbolos de culturas ajenas. No fue algo para tomar a la ligera, como se podía ver en el rostro desfigurado por la emoción de Pablo García, mientras gritaba a viva voz “Artigas, la puta madre”.

Hubo goles que valieron campeonatos o clasificaciones, pero ese el único gol de Uruguay que usted nunca a olvidar. Es el gol que hará que le entre algo en el ojo y se tenga que retirar a recuperarse lejos de sus seres queridos cada vez que lo vea, el gol de un hombre que se retiró de la selección con lágrimas en los ojos y con Artigas tatuado en el hombro y no con estrafalarias conferencias de prensa desde lugares remotos.

Esa señal mandada por el referente máximo de aquella selección nacional, es aleccionante y debería ser enseñada en las escuelas. Por eso habría que inculcarle a los botijas que un ciudadano llamado Pablo García una vez hizo un gol de antología y le mostró al mundo el sentimiento más puro que puede tener un oriental. Artigas y el fútbol, un prócer y otro prócer, un pueblo conmovido. Si a usted no le movió nada ese momento, debería replantearse varias cosas. Por esto y por otras muchas cosas, el Canario es intocable para este humilde espacio. Un tipo que se tatúa a Artigas, es alguien que tiene muy claras las cosas.

(Este texto, así enterito, se encuentra en el libro Que vuelva la celeste de antes, de Sebastián Chittadini. Fin de Siglo, 2017. Cómprelo, no sea ratón)