Sí, esta crónica se titula como el editorial de un reconocido periodista argentino en ocasión de una derrota ante un combinado dirigido por el Quetejedi hace ya diez años, combinado que al lado del actual era una oda a la esencia del fútbol uruguayo. Pero los tiempos cambiaron, y de la mano con los pedidos del hincha calendarista que no se sentía representado por una selección incómoda para los rivales por presencia y pierna fuerte, nos fuimos yendo hacia un estilo que no nos sienta bien. Y así pasan las cosas que pasan después, cuando vamos a jugar un clásico rioplatense con roles cambiados.

Olvídese del “Ataca Argentina, gol de Uruguay”, vaya a los libros de historia si pretende ver algo del “pegamos los primeros diez minutos y después ganamos jugando al fútbol”, pídale a alguien de más edad que le cuente cómo trataba el esforzado elemento oriental al -por lo general- más habilidoso elemento porteño. Hoy el combinado albiceleste nos ganó jugando como nosotros, y vamos a enumerar en esta crónica todas las señales que indican esta hipótesis.

El equipo rival venía con un técnico discutido al que le apedrean el rancho de un lado sí y del otro también, con una serie de players a los que hay que pedirle a algún juvenil elemento de la familia que se los busque en internet para ver quiénes son y con precaución acerca de lo que podía llegar a hacer nuestra selección. Fíjese que todo esto nos pasaba a nosotros hasta no hace tanto, lo que nos daba un elemento de rebeldía al que recurrir cuando las cosas no salían.

Comenzaba el partido y bien sabemos que en un clásico debe haber sí o sí un tiempo prudencial para agarrarle la mano al partido, llámese minutos de estudio del rival o de medirle el aceite, pero lo importante ahí es hacerse fuerte en la cancha. Que el golero ordene, los bá marquen territorio, los jáses revoleen sutilmente a algún puntero y sobre todo, que el mediocampo plante la bandera en el lugar en el que se definen los partidos. Pero no, sabíamos que el 10 de ellos era el que la movía y se lo dejó moverla, tanto que se mandó una apilada por izquierda que casi termina en gol, y una por derecha que terminó en gol. Todo sin que alguno de los players llegase a transpirar.

Peca de inocente el Jockey Torreira, deja centrear al mencionado 10 de ellos y ahí, por el segundo palo, a lo Bola Lima, aparece un desconocido elemento argentino para apoyarle la hombría en la zona lumbar al Bastriboi Bentancur y decretar la apertura del marcador. Un gol a la uruguaya, como fue luego casi todo el accionar del equipo ganador. Y un gol que si se lo hacen en un fútbol 5 a un amigo suyo, no lo invitan nunca más a menos que pague el asado para todos en tres oportunidades consecutivas.

No conformes con la forma en la que se recibió el gol, de la mano del citado Bastriboi, Uruguay empezó con la posesión esa que hace delirar a los fanáticos del fútbol gourmet y la cocina gourmet, los que dejaron de apreciar la adrenalina que produce el fútbol vertical de brega y el colesterol que producen las achuras y los embutidos. Ahora miran a los equipos de Guardiola y hacen parrilladas veganas, pero viven más. Pero a nuestro combinado le gana Argentina jugando como Uruguay y nadie dice nada.

Seguía la posesión, pero créanos –si usted no vio el partido- que el goalkeeper de ellos se fue con los guantes sin estrenar. No-pa-tea-mos-al-arco en todo el partido, por más que se dio ingreso a los dos jóvenes elementos del medio local para intentar aproximarse un poco al arco rival. Argentina se abroqueló, contragolpeó cuando fue necesario, el 10 de ellos la aguantó cuando tuvo que aguantarla y Uruguay apenas si cosechó una tarjeta amarilla. En cambio, el arquero que no estrenó los guantes se llevó una bien merecida amarilla por hacer tiempo, como marca el manual, el discutido técnico de ellos metió un cambio en los descuentos y plantó una línea de cinco que hubiera conmovido al finado Rosario Martínez.

No estaba el lateral de Liverpúl, pero el combinado igual fue cándido en su accionar. Magistralmente, Argentina fue dejando pasar los minutos y haciendo que de los últimos veinte se jugasen menos de cinco. Se miraban entre ellos, incrédulos, esperando lo que nunca llegó en forma de tranque con los dientes apretados, patriada y centro a la olla buscando el empate agónico que hiciera mirar con otro orgullo al de al lado y a cada compatriota que luego de lo visto, se va con la sensación de decepción, falencias y frustración que produce un combinado no representativo de nuestra esencia. Lo único que faltó, fue que del banco argentino se levantara un player de ébano. Ahí sí, era para cerrar todo e irse.