Qué concepto a veces menospreciado, ese de la esencia. Pero cuidado con olvidarse de eso tan importante que hace a la identidad. Porque hay quienes no la tienen, y nosotros que la tenemos luchamos por disimularla. En el mismo momento en el que se jugaban los repechajes y Uruguay no estaba ahí, mientras los propios canguros se debatían ante un rival desconocido y relojeaban con nostalgia para este lado del orbe, mientras tantas cosas; una selección uruguaya jugaba amistosos en Europa. Vamos a englobar esos 180 minutos en los que se enfrentó a Polonia y a Austria, en un concepto a nuestro entender fundamental: si uno no tuviera como aliada a esa camiseta color cielo, aunque de sobra ajustada para un ciudadano de a pie, no se daría cuenta de que ese equipo difiere en algo de sus similares europeos.
¿Eso es grave? Y, capaz para algún entusiasta abrazador de identidades ajenas, no. Para nosotros, al igual que para tantos obdulistas, es gravísimo. ¿Está mal tener más la pelota que el rival? No necesariamente, aunque tampoco vamos a tener un orgasmo si la estadística refleja que ganamos la posesión. Es un dato irrelevante, porque sigue ganando el que hace más goles. Además, hay un estilo para hacerlo, porque existe eso que a usted le quieren hacer creer que no, de jugar “a la uruguaya”. Por eso, que nuestro equipo se mimetice con el frío polar que hace por aquellos lados y con la frialdad de los jugadores polacos y austríacos, es preocupante.
Más de un espectador de aquellos fríos parajes, habrá exclamado “que vuelva la celeste de antes” al recordar haber visto a algún representativo compatriota en algún momento. Porque al europeo le gusta que el sudamericano sea distinto, porque para eso invitan a otra selección europea y listo. A esa gente, también la defraudamos, como cuando uno va a a ver algún espectáculo teatral que viene de la vecina orilla y ve que las vedettes están medio pelo. En ninguno de los dos partidos hubo alguna muestra de pierna fuerte, de ceño fruncido, de generoso despliegue sobre el césped para sacudir un poco la monotonía del juego de tenencia.
Incluso, un austríaco le colocó la plancha a la altura de la rodilla al botija Valverde y no se propició ni el mínimo entrevero para intercambiar opiniones o algún empujón para sacar el frío. Triste. Como también fue triste ver que Austria, sí, AUSTRIA, terminó el partido con dos jugadores de ébano en cancha contra uno de Uruguay. Capaz eso pasó desapercibido, pero cabe remontarse al tiempo en el que el combinado celeste llegó a Europa con un player negro en sus filas y maravilló al mundo.
En síntesis, estos partidos no dejaron nada y nosotros tampoco dejamos nada a nuestro paso. Ni una roja, ni el tronar de algún tambor en la concentración, ni alguna salida por la noche polaca y/o austríaca para estirar las piernas y tomar aire fresco. Porque antes, el jugador que pasaba por Europa adquiría determinadas costumbres pero nunca perdía la esencia, no perdamos esto de vista. Ya que perdimos la emoción del repechaje, al menos se podrían haber jugado estos partidos de otra forma.
¿Dónde está la esencia? En muchos lados, aunque no se haya visto en este viaje. Claramente, esto no pasaba en aquellos amistosos contra Banfield, el País Vasco o el Drintin de la Mutual. Que vuelvan los amistosos de antes y que vuelva la celeste de antes.