Hábleles de café y dígales de entrar a un lugar con mesas de cármica y piso de baldosa, en los que la foto de Gardel preside la escena. Cuénteles de los banderines de clubes de barrio, del perro o el gato que cómodamente duerme en un rincón y de los tres parroquianos que parecen parte del decorado.  No deje pasar la oportunidad de mantener vivas las tradiciones, porque hay un uruguayo que ya no va al viejo café a tomar café, ahora prefiere ir a hacer dos horas y media de cola al “estarbas” ese que ni siquiera parece un café. Se perdió la esencia, al tiempo que se dejó de lado el tradicional café o cortado por un banana Split o un frapuchino latte machiatto

Ya no es “ir a tomar un café” para hablar de fútbol, de los problemas de la casa o de alguna vicisitud amorosa, para escuchar al amigo o para que el amigo lo escuche. No, ahora es tomar un café para personalizar el vaso y subir una foto a las redes sociales. Aquellos cafés del billar y el viejo mostrador, son reemplazados por esa piqueta fatal del progreso que exige otras prestaciones. Antes no nos importaba la calidad del café, porque muchas veces ni siquiera se iba al café a tomar café, pero ahora vemos como son cada vez más los especialistas en cata de diferentes variedades, detectan si es molido en el momento, miden la espuma del capuchino y preguntan qué tipo de máquina se utilizó para elaborarlo.

Estos adoradores de las tradiciones que vienen de otros lados, no sabrán nunca lo que es hacerle la clásica seña al mozo, con el pulgar y el índice en forma paralela. Ya ni siquiera manejan el concepto de “mozo”, pero sí dominan a la perfección términos como “lágrima”, “ristretto”, “descafeinado” y reciben un diploma por ser los primeros clientes en nuestro país. Sí, esa gente comparte nacionalidad con Obdulio, con Nasazzi, con Gambetta, con Ubiña; pero nunca sabrá lo que es tomarse un café del estadio o en un bar familiar, nunca sabrá ni oyó hablar del Sorocabana ni entablará una relación casi familiar con el mozo de toda la vida, el que se jubilaba del mismo bar de gallegos de siempre.

Ellos no saben, ni les importa saber, que en dos horas y media de cola se puede tener tremenda charla, tomarse tres cafés y seguir con alguna grappa con limón acompañada con unas aceitunas. No saben, ni sabrán, lo que es ir al café para tomar una caña, para escuchar un tango o una transmisión del turf, para jugarse un truco o un casín, no saben ni sabrán ir al al café como esa sagrada institución de la que nos quieren privar. Después si el obdulista quiere tomar café, grappa con limón, caña o espinillar, es el gusto de cada uno. El café como tal, encierra muchas cosas que estos imberbes nunca sentirán. Por lo pronto, mientras hacen cola en un lugar que parece más un local de cobranzas que un café, nunca experimentarán la sensación indescriptible de saborear una muzza o un caliente mientras el viejo se tomaba un Mac Pay sin hielo con el copetín. Ninguno de ellos sabrá jamás lo que se siente tener 8 años y arrimarse al mostrador a pedir un vaso de agua y que este tenga un dejo de gusto a grappa.

En un país en el que tanto intelectuales como malevos, como chicas que fuman, cafishos y laburantes iban a tomar un café al Tupi Namba, a La Giralda o a algún ignoto cafetín de barrio, en el que un Canario Luna dejó acaso el más memorable video de una canción; se viven hoy tiempos en los que algún jovencito que canta algo conocido como “cumbia cheta”, compone sus letras en el estarbas rodeado de fans. Son épocas de café descafeinado importado de quién sabe dónde acompañado por caramelitos y crema de leche deslactosada. Siéntase en todo su derecho de estar incómodo, camarada obdulista. Mientras tengamos voz, la alzaremos en contra de estos atentados violentos a la memoria de los guerreros de tantas gestas celestes, que también se forjaron en aquellos almacenes y bares, cafetines, boliches, piringundines, tugurios o cantinas. ¡Alcemos nuestro grito para que vuelvan los establecimientos barísticos de antes y para que vuelva la celeste de antes!