La figura de Álvaro Alexander Recoba siempre ha sido objeto de debate entre el público uruguayo, es alguien que nunca ha pasado desapercibido desde sus inicios por sus inestimables condiciones futbolísticas. Se trata de un futbolista que fue durante un tiempo el mejor pago del mundo, que jugó 11 años en el Inter de Milán y allí deslumbró por momentos con su pegada, sus centros, sus tiros libres y su magia destacada por propios y extraños. Para ser justos; más por los extraños que por los propios, porque al momento de ponerse la Celeste, tal vez por su carácter, tal vez por no tener muchos amigos en el grupo, tal vez por la presión de la gente, nunca llegó a ser lo que todos esperaban. Un Estadio Centenario entero se unía para putearlo, silbarlo, pedir a gritos que lo sacaran ante cada tiro libre a la barrera, cada córner al primer palo, cada actuación intrascendente de un jugador que sin embargo seguía siendo convocado e incluso llegó a ser capitán en alguna ocasión.
Durante años, el pueblo futbolero oriental puteaba a Recoba y rogaba para que no viniera más, prefería morir de pie con los del medio local, o aplaudir los tranques del Canario, las patadas de Paolo, o las guapeadas del Chengue. Y es que había un denominador común, nadie quería a Recoba. Eso sí, era tan bueno que todos lo esperaban. Lo esperábamos, porque alguna vez tenía que enderezarse y empezar a hacer esos goles espectaculares que llegaban por el Polideportivo de antes, los tiros libres exquisitos que nunca llegaban vestido de Celeste. En cambio, venía la cabeza gacha, el gesto adusto ante cada silbatina reprobatoria de un público que apenas recuerda momentos buenos del Chino vistiendo la gloriosa malla. 69 partidos después, 11 goles fueron el saldo del Recoba de la selección.
Nos queda el recuerdo imborrable de cada tiro libre estrellado en las barreras, de cada córner desperdiciado, cada mirada perdida y cada esperanza derrumbada de ver al Recoba del Inter tirar del carro de forma proporcional a su talento. El gol de penal a Senegal, los pases al Chengue contra Australia, y alguna cosita más quedaron como el legado del Chino a la selección. Eso sí, el paso del tiempo nos hizo darnos cuenta de lo que daríamos por tener a un jugador así para putear hoy en día. La perspectiva de los años, como pasa casi siempre, nos hizo apreciar el lujo que nos dábamos en aquel momento. Nunca, antes ni después, hubo un jugador que lograra unificar el sentimiento de un Centenario lleno. Así se tratara de sentimientos negativos, hay que hacerlo. Hoy, en cambio, nuestros días transcurren pidiéndole despliegue y equipo al hombro a elementos de la talla de un De la Rasqueta. Y es ahí cuando indefectiblemente pensamos en que incluso los pecho fríos de antes fueron superiores a los actuales, y por mucho.