Estas son las fotos que llamarían la atención de El hombre de la calle de la canción de Jaime Roos, si todavía hubiera hombres que ojearan fotos de los partidos en las páginas de atrás de los diarios. Si hubiera diarios en los bares, si hubiera compatriotas que pararan en el cafetín con olor a humedad a tomar algo y a exponer su visión sobre lo que se vio en la cancha. Si en esa cancha no se emitieran canciones del hijo de Verónica Castro -la de las novelas mexicanas- antes de los partidos del combinado, si no hubiera gente con carteles mangueando las camisetas de los players. En definitiva, si el mundo se pareciera en algo al menos al que alguna vez conocimos.
Pero claro, a la gente hoy le interesan cosas diferentes. Van al Coloso de Cemento y se pasan todo el partido mirando el teléfono, se sacan selfies para subirlas a sus redes sociales a fin de que todo el mundo vea que estuvieron ahí, gritan de forma enardecida cuando Uruguay tiene la pelota y se aburren rápido. Ya no hay tambores en el talud, ya no hay talud. Ya no hay cerveza caliente en vasos de plástico amarillos, ahora lo único amarillo es alguna peluca que se puede ver entre el público. Por eso, esta imagen de la que vamos a hablar puede haber pasado desapercibida para toda esa gente pero no para nosotros. Todavía hay quienes apreciamos las cosas hechas a la buena manera de hacer las cosas, con el sabor de lo que alguna vez fuimos y las –malas- influencias nos hicieron pensar que estaba mal. Y más si viene de los Bastribois, botijas emperrados en torcer la historia y la tradición de lo que son un 5 y un 8 nacidos en esta tierra.
Yendo en la línea de las cosas con las que no comulgamos, hay mucho para corregir en estos dos cuasi imberbes que, partido sí y partido también, se empeñan en impregnar de fútbol europeo y para peor moderno el césped comido por la lagarta en el que ya ni siquiera anidan los pobres teros. ¿Qué pasó con esa familia de aves autóctonas que fue desalojada de su casa, esa que defendió el mediocampo con mucha más vergüenza deportiva que por ejemplo un player Vecino? La cuestión es que ahí van ellos, con sus peinados y su porte físico elegante, tan alejados en forma y contenido a jugadores que han poblado la zona medular el campo de juego con notorias dificultades para correr e incluso con deficiencias a la hora de parar la pelota o de pasársela a uno de celeste, siendo difíciles o casi imposibles de ver para el público ocasional que busca en el fútbol modelos con pinta de actores de cine. A los Bastribois, Valverde y Bentancur, les falta mucho para parecerse a aquellos. Barba desprolija, pelo cortado por el mismo peluquero de siempre y no por un estilista actualizado en los cortes de vanguardia, y sobre todo una presencia que inspire otro respeto en el rival.
Ejemplo, ¿cómo vamos a decir que nuestro doble 5 lo conforman el “Pajarito” y el “Lolo”? Mínimamente, habría que dejar que un Gladiador Ribas –a la postre mentor y formador del señor Alonso- los rebautice. Por su bien. Porque, al fin y al cabo, alguna virtud tienen y se vieron plasmadas en el partido ante el representativo incaico. Valverde, por ejemplo, tiene escondido en esas piernitas un potente shot de afuera del área que recuerda al de players de otras épocas. Bentancur, por su parte, tiene cara de yerno ideal pero pega más que el vino suelto del almacén. Bueno, si hubiera almacenes. Es ahí cuando nos detenemos en una imagen, que como dicen vale más que mil palabras. De esas imágenes que ojearía El hombre de la calle –de garrón mientras espera el ómnibus- en la página de atrás del diario o que a usted le recordarían a acciones que en un tiempo supieron ser habituales.
¿Al público calendarista le gustan las fotos para el Instagram? Démosle fotos, entonces. Que vean lo que es la belleza de una acción en la que, en el fragor de una contienda deportiva, dos mediocampistas uruguayos aprisionan a un elemento rival –en este caso un peruanito, Juan Ricardo Faccio dixit- a fin de reducirlo a su mínima expresión y salir airosos. Ahora le llaman “duelos”, pero es más o menos lo que siempre se debió hacer en la zona en la que se siguen ganando los partidos de fútbol. Pocas veces una foto representó tanto como esta, que podría ser incluso tomada por algún pintor de la patria para dejar un elemento que trascienda lo efímero del mundo actual y muestre a las nuevas generaciones cuántos pares siguen siendo dos botines. Que ese pintor venga y plasme en el lienzo el amanecer de los Bastribois, la tensión visible en la cara del rival en el momento en el que el aparentemente inocuo Bentancur rodea su cuello con el brazo y le impide la entrada de aire, mientras el engañosamente inocente Valverde lo engancha con su pierna y se le queda con la pelota. Como si fuera un homenaje al “Bajalo, Pato, bájalo” del Canario García al Pato Sosa contra los colombianos o al 2-1 de Paolo y Darío al player ecuatoriano.
Que venga ese Blanes moderno, si es que existe, a retratar el momento en el que quizás haya habido un despertar en estos botijas que están a una charla inspiradora con el Chueco Perdomo y el Pelado Peña de transformarse en lo que todos queremos. Que cuelgue ese cuadro en las cantinas de los clubes de baby futbol, si es que siguieran existiendo las cantinas en los clubes, que la gente vea que sigue habiendo belleza en las cosas simples de la vida y que no es necesario querer parecernos a los holandeses para jugar bien al fútbol. Que la mirada fiera del Bastriboi Bentancur permanezca fija sobre el sufrido rival, que el ceño fruncido del Bastriboi Valverde se convierta en moneda frecuente, que haya menos gel y más pierna fuerte y que todos lo vean. Que este cuadro se convierta en una metáfora de lo que alguna vez fuimos y queremos volver a ser, que vuelva siempre la celeste de antes y los uruguayos de antes al estadio.