“Vengo a anotar a Don Omar Martínez”, dijo el gallego Manuel radiante de alegría al presentarse a inscribir a su hijo recién nacido. Su acento y la confusión del funcionario del registro le dieron nacimiento a Dogomar, el mejor boxeador oriental de todos los tiempos.
El popular “Dogo” nos dejó a los 86 años, y se fue a guantear allá arriba con Archie Moore, el campeón mundial al que se enfrentó en su pelea más famosa, en la que no ganó pero conquistó el corazón de propios y ajenos con su guapeza y coraje. Dogomar fue héroe pese a la derrota. Su fuerza de voluntad y resistencia a los golpes lo convirtieron en el ejemplo de lo que siempre fue el uruguayo: rebelde, aguerrido, guapo, pero con técnica. Su nombre llamaba la atención, y sus puños hablaban por él.
Como boxeador fue aguerrido y guapo, pero sobre todo muy técnico. Dicen los cronistas de la época que solo le faltaba el golpe de nocáut y eso le costó la derrota ante el alemán Hans Stretz, número 1 del ranking mundial. Comenzó a boxear a los 12 años. A los 15 fue campeón nacional, a los 16 campeón rioplatense y a los 17 sudamericano. Como amateur fue campeón en 18 oportunidades. Ganó 3 Novicios, 4 Ciudad de Montevideo, 3 Nacionales, 4 Selección Rioplatense y 4 Latinoamericanos. Disputó los Juegos Olímpicos de Londres 1948 a los 18 años y llegó hasta los cuartos de final, tres años más tarde se transformó en púgil profesional, combatiendo en 57 oportunidades, con 49 victorias, tres derrotas y cinco empates. A los 30 años, luego de perder ante el brasileño Luiz Ignacio, se retiró.
Sus peleas en Uruguay, casi todas en la vieja cancha de básquetbol ubicada sobre la platea olímpica del Estadio Centenario, agotaban entradas. Tanto fue así que, como el propio Dogomar contaba con orgullo, en la que ganó ante el brasileño Luiz Ignacio el título sudamericano, la recaudación fue mayor a la de un clásico que se había jugado pocos días antes. También llego a llenar la Tribuna Olimpica, en otros memorables combates frente a grandes de la época como Hans Stretz, Willie Hoppner, o Atilio Caraune, y el Palacio Peñarol contra Kid Gavilan, al que noqueó.
Dogomar tenía un físico ejemplar y era un tipo recto, impecablemente profesional para un deporte que por esos tiempos no lo era tanto. Antes de cada combate, “El Dogo” se recluía en una chacra durante uno o dos meses para concentrarse. Sus amigos lo invitaban a algún asado, pero no había quién lo sacara de su concentración. Cuando pasó al profesionalismo, debía compartir el trabajo con el entrenamiento. “Yo tenía que entrar a la oficina a las 7 de la mañana y entonces me levantaba a las 4, salía a correr en plena noche desde la esquina de Justicia y Pagola y seguía por Pagola, Berro, Av. Italia, cruzaba el parque y daba algunas vueltas alrededor de la pista bajo la arboleda y volvía a casa corriendo. Me duchaba, me vestía y me iba a trabajar. Salía a las 12. Almuerzo, siesta y a las cinco y pico de la tarde ya estaba en el gimnasio”.
Luego de su retiro, el boxeo y el público uruguayo nunca lo olvidaron, por más que él pasó lo más inadvertido posible. Quienes escucharon por radio la memorable pelea contra Archie Moore, siempre dijeron que pese a a la derrota se había ganado el corazón de la gente por su coraje y valentia. Dicen quienes eran niños en aquel entonces que lo admiraban como lo que fue, nuestro gran campeón. Símbolo de una época, de los orientales de antes, se podría decir que fue el Obdulio del “boseo”.
HASTA SIEMPRE “DOGO”, QUE VUELVAN LOS BOSEADORES DE ANTES, QUE VUELVA EL URUGUAY DE ANTES Y QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!