sasiaNuestro fútbol es rico en títulos, con grandes jugadores y una montaña de anécdotas. Uno de ellos es José Sasía, el Pepe. Un personaje único en el fútbol uruguayo, prolífico en anécdotas y dueño del arrabal, la murga, el mostrador y el fútbol en estado puro. Legendario centroforward de las décadas del 50 y 60. Rebelde, el Pepe era valiente, provocador, fuerte, técnico, pero, ante todo, un personaje singular, producto de la calle, pésimo alumno en la escuela, eximio billarista en el café, capo de la barra en la esquina, peleador en los entreveros y crack en la cancha.

Le han escrito poesías y canciones, era un tipo que inspiraba mucho. Vivió siempre a su manera, siempre fiel a sus principios y convicciones. Un justiciero innato, orejano, cascarrabia, pendenciero con los más poderosos, dentro o fuera de la cancha. Devolviendo naranjazos en el estadio de Puerto Sajonia, en Paraguay, cuando no había tele, ni relatores de traje. Allí, cuentan que entre la lluvia de cítricos, Sasía jugaba con las naranjas que caían, luego peló una, se la comió y devolvió las cáscaras a la tribuna enfurecida. Quienes lo conocieron dicen que no se vanagloriaba de esas historias, sino que más bien le daban vergüenza.

 

1374711_10202356763265161_1909645122_nEl Pepe nació un 27 de diciembre de 1933. Se crió en Aires Puros y empezó a destacarse en la cancha del Ipiranga, donde no había alambrado, ni guardia policial, ni 222. Siendo un gurí debutó en Defensor y con la celeste. “Agarré la titularidad en el primero de Defensor, pero seguía jugando barrio contra barrio, en la calle, de callado en la Liga Peñarol y Sayago, en el Ipiranga y en todos lados. Un sábado estábamos jugando un partido de veinte contra veinte en la calle, cuando un coche me toca bocina como hacían habitualmente para que los dejáramos pasar. Me puse la pelota bajo el brazo. Interrumpimos el partido y le grité que pasara. “Como el auto quedó estacionado en el medio de la calle fui a increparlo: ¡Dale, pasá!. Pasá, ¿eh? ¡Todavía me decís que pase! Subí que vos tendrías que estar concentrado para el partido de mañana. Era el tesorero de Defensor”.

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A los 18 jugó la Copa América en Buenos Aires y protagonizó una batalla campal frente a Brasil. Lo separaron del plantel, pero volvió y fue campeón del Sudamericano de Guayaquil. Tras ese campeonato fue transferido a Boca por una cifra astronómica para la época, y con su parte colaboró con 8.000 pesos para la casa que era sede del Ipiranga (club de barrio que fundó con su hermano y amigos) y compró diez corderos que se hicieron a las brasas en la calle, para todo el barrio. Fue una fiesta inolvidable.

Se cansó de hacer goles importantes, fue leyenda en América. Y una anécdota estará por siempre ligada a su nombre: En 1965 se juega la final de América entre Peñarol e Independiente en Buenos Aires. Ya había televisión. Corner para Peñarol. Sasía se acerca a Santoro, se agacha, de repente el arquero se agarra la cara. El juez peruano Yamasaki expulsa al Pepe. Esta vez lo habían visto tirarle tierra en la cara. Se estaba terminando el fútbol donde jugar de visitante era ir a una guerra y donde valía defenderse como se pudiera. La televisación se hacía cada vez más frecuente.

2008-23-CTuvo un pasaje por la dirección técnica, incluso dirigiendo al Aris de Grecia llegó a la final de la Copa de Europa. Siempre en su estilo, bajo perfil, de pocas palabras frente a quienes no respetaba. También fue hincha fundador de Falta y Resto, un fenómeno en todo sentido, siempre solidario, espontáneo. Fue uno de esos tipos bien uruguayos, bien nuestro, de esos que ya no salen.

Su figura no fue reconocida sólo por su juego, también por su carácter irreverente, propio de los genios. Su vida debería ser materia obligatoria no sólo para los que quieren ser directores técnicos, futbolistas, deportistas, dirigentes, o periodistas. Si el Pepe viera hoy muchas cosas que pasan en el fútbol, le daría mucha vergüenza.