Este es un país chico, y como sabemos, todo lo que pasa acá genera revuelo. Y en el día de hoy lo que viene estando en boca de todo oriental es el famoso anuncio del hijo japonés del boniato, para el que todavía faltan algunas horas.

Mucho se ha hablado, se han manejado todo tipo de teorías acerca de lo que el come sushi y especialista en capqueis tiene para contarnos. Se dijo que va a anunciar que se retira, que viene a jugar a Peñarol, que va a Independiente, que no especulen con su persona que no fue él sino el hermano, o que vuelve a ser citado por el quetejedi.

Pero más allá de especulaciones, y haga lo que haga el hijo de Pablo, mantenemos una leve esperanza de que se ponga los pantalones por una vez y diga lo que tiene que decir. Ya entrado en años, hijo de un gladiador y alguna vez forjado en legendarias batallas por los prohombres del 2002 con el número 21 de la L- Sporto sobre su pecho, esperamos con una tímida ilusión que reconozca de una vez la influencia de un Mago Fabián, de un Canario, de un Paolo, un Darío en su vida y que diga que haber sido parte del memorable plantel del 2002 fue lo mejor que le pasó en la vida.

Hoy señores, queremos escuchar de boca del hijo de Pablo que aquellos prohombres que lo hicieron vestir botines negros, aquellos rústicos a los que les enseñaba a prender la computadora, eran los que verdaderamente le marcaron el camino y que se encuentra arrepentido de todo lo que vino después.

Eso sería loable de su parte, y en alguna parte del planeta la sonrisa cómplice del Negro Chengue, la exclamación del Mago, el gesto adusto del Canario, la mirada de hielo de Paolo o el reconocimiento de Darío dejarían las cosas en su lugar.

Acto seguido, el hijo del Boniato debería exclamar frente a los micrófonos que se arrepiente de haber hecho su despedida de soltero jugando al golf entre hombres, que lamenta no haber repetido escenas como las de las fotos en Azabache, que se arrepiente de no haber escuchado al Mago a tiempo y mucho más de haber dejado fuera del casorio al plantel entero del 2002 con el gordo Púa incluido. También debería pedir por la vuelta de la Celeste de antes, porque en el fondo sabemos que la extraña.

Solo así, podríamos pensar que nada fue en vano, porque si Obdulio alguna vez propició el perdón a Matías González, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar al hijo japonés políglota y educado de Don Pablo Forlán?

Tal vez así, desde algún rincón de la patria, el Mago Fabián levantará un vaso del tinto más guerrero y exclamará por el anuncio de aquel botija que lo guió en sus primero pasos en la informática. “Yo siempre dije que el Diego e’ un fenamenah e’ verdá muchacho!”.

Solo nos resta esperar compañeros, que vuelva el hijo de Pablo Forlán de antes y que vuelva la Celeste de antes!