El clásico rioplatense se ganó bien y sin sobresaltos desde ese himno cantado con los ojos cerrados y en voz alta. No se debería desaprovechar esa vocación natural de los botijas para afrontar estos partidos como corresponde a la rica historia de la casaca color cielo, ya que después viene Europa y se terminan haciendo amigos de los argentinos, cosa que antes no pasaba. Este tipo de partidos se juegan con dientes apretados y sin concesiones, como el botija de La Cruz cuando entendió y le pegó de 30 metros con la vehemencia que debió ejecutar el penal ante Venezuela.
Un partido con Argentina, se enfrenta siempre como la ocasión lo disponga. A veces puede ser a partir del “pegamos los primeros diez minutos y después ganamos jugando al fútbol” de la final de 1930, otras veces puede ser desde el “si le sacás la plata a mis hijos te mato” de Trasante a Maradona, con el trámite del “ataca Argentina, gol de Uruguay”, o como los acontecimientos lo dispongan. Pero nunca, nunca se debe perder de vista que hay que ganarles siempre, igual que a los brasileros. Si no se puede, es otra historia, y ahí vendrán otras derivaciones.
Y dado que no nos olvidamos que a alguna selección juvenil de los últimos años, su par argentina le supo babosear en la cara sin reacción alguna, es saludable lo expuesto por esta nueva camada de botijas. Ya desde el túnel, imponiendo presencia y ganas de ganar; y luego en la cancha aprovechando las ocasiones y la ventaja numérica. Ventaja numérica que debió compensarse, con algún oriental que decidiera inmolarse para marcar territorio y llevar el juego hacia la paridad y lejos de esa supremacía que tanto nos cuesta. Pero, sacando eso, los botijas mostraron rostro serio y aplomo y varios elementos con la seriedad de juveniles de otrora. Y, si bien faltan barbas y algún incipiente bigote, que nuestro mejor exponente sea un botija evidentemente alejado de los ideales que se pregonan hoy en día nos llena de orgullo.
Porque hoy, cuando se pierde de vista que a esto se juega con los pies y no con los abdominales, y en un deporte donde los futbolistas tienen que tener cuerpos trabajados pero muchas veces no importa si saben con la pelotita, Amaral es una vuelta a los orígenes. Los campeones del 24, 28 y 30 levantan su copa de vino desde alguna raviolada en el cielo, y en algún lado un nutricionista se queda sin trabajo. El botija estará entrado en carnes, pero hizo un esfuerzo sobrehumano y en la agobiante altura de Quito se agachó antes que nadie para mandarla al fondo del trampero ante sus atléticos rivales. Así que no nos vengan con nutricionistas y gimnasia aeróbica, esto sigue siendo dos arcos, una pelota y 22 tipos que le pegan con el pie.
QUE VUELVAN LOS GORDOS DE MAGIA DE ANTES, QUE VUELVAN LOS QUE JUEGAN A LA PELOTA, LOS JUVENILES DE ANTES Y QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!