Un padre es muchas cosas. Puede ser un referente, un espejo, un ídolo. Puede ser todo eso al mismo tiempo, incluso. Alguna vez se dijo que un padre que da consejos, más que padre es un amigo. Y todos tenemos bien guardado algún consejo del viejo, alguna puteada que seguramente nos merecimos en algún momento. De esas que después se agradecen, muchas veces cuando toca estar del otro lado del mostrador. Ojo, hay padres que no sirven ni para avisar quién viene, pero hoy no vamos a hablar de esos. Mejor centrarnos en aquellos que siempre acompañan, en los que enseñan a pegarle a la pelota y a caminar derecho por la vida, los que transmiten los Viejos Valores y nos regalan charlas que vamos valorando cada vez más cuando nos ponemos veteranos y nos marcan el camino. Porque nunca dejamos de ser hijos, ni siquiera cuando somos padres.

Es mucho más difícil ser padre que ser hijo, otra cosa que la vida nos va enseñando. Pero siempre es reconfortante ver a un padre hablar con orgullo de su hijo, sea este Paolo Montero o un oficinista. “Mi hijo es un ser humano muy bueno, un buen amigo y un buen hijo”, dijo alguna vez el Mudo Montero Castillo sobre su hijo Ronald Paolo. “Tuve la suerte de tener un hijo que fue un buen jugador y eso me enorgullece mucho. Te digo una cosa: no disfruté tanto lo mío como lo de mi hijo. Yo sabía lo que tenía que hacer, pero con lo de mi hijo he sufrido y gozado demasiado. Fui muy feliz en los años que jugó”. Y lo dice alguien que hizo alguna cosa en el fútbol, demostrando que no hay mayor orgullo para un padre que ver a sus hijos superar lo que él ha hecho en la vida.

Y eso, vuelve. Si del otro lado hay un buen hijo, como Paolo, que dice: “Papo… un personaje, un bohemio total. Yo quise ser como él, busqué ser como él, yo le digo a todo el mundo “yo soy el hijo del mudo”. Le guste a quien le guste. He conocido personajes del fútbol como “Coco” Basile, Bilardo, Mazurkiewicz y todos me hablan maravillas de él, aún rivales”. Cuando el hijo crece y asimila todo lo aprendido del viejo, este puede considerarse un exitoso de la vida. Dijo Paolo: “No quise robarle cosas desde lo futbolístico, pero si desde lo humano, cosas del grupo”. La persona siempre está antes, en cualquier orden de la vida.

Porque los valores del padre se transmiten al hijo, aunque parezca que hay etapas en las que el retoño no le da bola a nada. Es otro ejemplo el de Don Julio Godín, mecánico tornero de profesión que trabajó desde la adolescencia junto a su señora para sacar adelante el hogar. Siempre fue hombre de campo, y transmitió a su hijo Diego Roberto el gusto por la caza, actividad que siguen compartiendo cada vez que el Capitán está en nuestro país. Don Julio, porte típico oriental y de calvicie prominente como la que espera a su hijo en breve, es el responsable de ponerle Roberto de segundo nombre y de inculcarle los principios que lo hicieron llegar lejos. Para demostrar que nunca será en vano transmitir valores a los hijos, allá por el 2011 le hacían este cuestionario a Diego Godín, que simboliza lo que significa su padre con pocas palabras:
– ¿A quién admirás? A mi padre
– ¿A quién le pedís consejos? A mi padre
– ¿Un feo recuerdo? Cuando mi padre tuvo un infarto

Todo en Godín tiene que ver con el padre, quien seguro forjó la personalidad de quien lleva hoy el brazalete (aún sin haber sido futbolista).

Cuando Diego, el hijo de Pablo Forlán, era un niño, siempre le pedía a su padre que lo llevara a las comidas que tenía con sus amigos del fútbol. “Yo me volvía loco por ir a las comidas con mi padre, pero eran de noche y al otro día tenía colegio”, dice Diego. “Me acuerdo una vez que me costó mucho despertarme y estaba en la cocina de casa sentado antes de ir a clase — no me olvido más de esa imagen — y mamá me dice: Si no te despertás no vas más a las comidas. Me incorporé rápido y me fui al colegio, ni loco me las perdía”. Podrá haber ido a los mejores colegios bilingües, entre compañeros que optaron por el rugby y el tenis; el Boniato podrá haberle inculcado el tema de practicar con las dos piernas, pero los valores que lo llevaron a sobrevivir y ser apreciado por los prohombres del 2002, los aprendió en las comidas con veteranos del fútbol. Porque nada es casualidad.

“Que mi hijo haya seguido el mismo camino me enorgullece”, dijo alguna vez el propio Pablo. Pero también, como buen padre, el orgullo debe ir acompañado de severidad cuando así lo requiere la situación: “Con él tengo el corazón a la derecha. Soy ex jugador, entrenador y un hombre que quiere a sus hijos, por lo cual siempre le digo la verdad. Cada vez que termina un partido, Diego me llama y primero le marco los errores. Los aciertos también, claro, pero los errores antes que nada. Como tenemos una gran relación, él lo toma bien”.

En estas relaciones padre-hijo, simbolizamos el saludo a todos los padres obdulistas de este país y de otros países. A tomarse una con él, y si no está, recordarlo levantando el vaso en su honor. Para todos ellos, un fuerte apretón de manos y feliz día.