Vaya si cuesta hablar en pasado de una vida joven que se terminó de golpe cuando quedaban muchos goles por gritar, de un hombre con sueños y sentimientos con tanto por vivir. Es imposible asimilar estas cosas, porque nunca estamos preparados para ver partir a alguien a quien pedimos para la selección o estamos pendientes de si lo quiere tal o cual equipo. Quisiéramos hoy estar hablando de algún golazo, de alguna salida histriónica o incluso nocturna; pero nos toca homenajearlo como nos sale. Al player, al hombre, a su familia y amigos, a todos los que lo admiraron y lo quisieron; estas palabras.
Cualquier ciudadano con un poco de noción de fútbol sabe que el Morro García era flor de 9, y como buen centrofóbal que se precie de tal, hacía goles incluso habiendo reconocido ser corto de vista. Para eso lo quiere uno al 9. No viene al caso si baja a marcar, si puede jugar de 8 o si colabora con el Club de Leones del barrio. Llegado el caso, si la cosa se ponía fea, conocía al dedillo el tema de meter algún ídem o algún guantazo para salvaguardar el bien del grupo al que defendía. Era un elemento estéticamente emparentado con el jugador moreno de toda la vida, de físico robusto (“culón”, según sus propias palabras), incómodo a la vista del rival y del público calendarista, barbado, y con una buena cuota de habilidad futbolística que no dudaba en poner de manifiesto en cada oportunidad que se le presentaba.
El oriental curtido que forjaba su sabiduría en el estaño del mostrador y en los entresijos del fútbol y de la vida en el bajo, no se detenía en cantar loas al hecho de que tal o cual jugador conoce los protocolos de etiqueta y sabe para qué se utilizan los dos pares de cubiertos, o cuál es la copa del vino y cuál la del agua. Como bien dijo el Pulpa Etchamendi, no queremos al jugador para novio de nuestra hija o para invitarlo a dar un discurso en una universidad. De ese tipo de jugador “acorazado” era el Morro. Ébano puro, gol y picardía que tantas veces soñamos ver en el combinado mayor.
El mundo de la gente de bien del fútbol determinó que aquel digno sucesor de Marcelo Danubio Zalayeta y Richard Javier Morales ya es inmortal. Y otra vez, cuesta un montón usar el pasado para hablar de ese negro como los de antes, como los de siempre, que andará tomando mate con Obdulio allá arriba y mirándonos con aquella sonrisa encantadora que un día se apagó. Hasta siempre, goleador. Descanse en paz.