Vamos a lo primero, antes de que se arme controversia por el título. Sigue el elenco trasandino sin haber ganado nunca en el Coloso de Cemento. Cabe, como siempre, traer la definición de ese faro ideológico inevitable que es el Profesor Juan Ricardo Faccio y recordar que siguen siendo “chilenitos”. Ojo, no está mal, pero lo son. Y hablando de controversia, ¡qué caldeado quedó el ambiente luego de finalizado el match!

Hay que analizar todo, ya que estamos viviendo tiempos especiales. De “nuevas normalidades”, que les llaman. De entrada, fue grato ver al Monumento al Fútbol Mundial no cayendo en la bobada esa de poner cartelitos con caras de personas en las tribunas. A Estadio pelado nomás, así es como se enfrenta una pandemia. Si el ojo humano no está preparado para ver tribunas vacías, que no mire fútbol. En último caso, era más digno el escenario desnudo que lleno de público calendarista haciendo la ola y soplando sus vuvuzelas.

Pasemos al match en sí. Profunda excitación previa ante la conformación de la oncena. Pícaro, el Quetejedi los endulza poniendo Bastriboys y gente “de buen pie”, a sabiendas de que hay un público que se encandila con las tendencias que vienen de otros lugares. Aunque, hay que decir todo, se termine ganando con Arambarri y Nández en el medio, con un pelotazo de un zaguero para que un delantero divida y el otro capture la famosa “Segunda Pelota” que tan bien trabaja el Gladiador Julio César Ribas.

Es que es así, el fútbol no tiene tanto misterio. Para empezar, si de 5 no hay uno que pegue ni ninguno que use la camiseta 5, vamos mal rumbeados. Arambarri, cara de carnicero él, cumple con las dos premisas. ¿Por qué no empezó jugando entonces? Después pasa lo que pasa, que el Bastriboy Bentancur, ese que vuelve loca a la platea jugando “de galera y bastón”, no sabe pegar y termina jugando regalado al querer arrimar un par de latazos.

Empezamos ganando con un gol de penal sentenciado por el VAR. Si usted lo festejó, devuelva el documento de identidad. Una aberración que desnaturaliza a este noble juego, acorralando a la picardía y al error humano. Si fue penal, fue penal y sino no. Va a aplicar lo mismo a lo que pasó después, para que nadie nos tilde de indignación selectiva. Y ahí, el equipo se empezó a diluir, sintiéndose incómodo por el estilo implantado por la presión de los sommeliers del fútbol. Las caras de los propios players lo demostraban, y así los coterráneos de Condorito empezaron a manejar el trámite. A esa altura, y dado que ahora se permiten cinco cambios, se imponía cambiar a medio equipo. Zorro Suárez, Ronald Paolo Araújo, el muchacho que bebe, el Jockey Torreira y el carnicero Arambarri debían hacer su ingreso al unísono para que el combinado se pareciera más a lo que se debería parecer. Sin embargo, seguíamos dependiendo de lo que pudiera hacer De la Rasqueta.

Así llegó Chile al empate, tras ganarle las espaldas al mediocampo sin oficio de marca y sin ningún jugador con el número 5 en la espalda. Luego de eso, una distracción del marcador de punta Cáceres -no sabemos si justo había mirado a un tero que volaba, se había encandilado o se estaba arreglando el rodete- permitió al elemento chileno Sánchez quedar de cara al gol. Y fue gol nomás.

Vinieron los cambios, y finalmente se logró desnivelar las acciones como se hizo siempre. Puntazo en profundidad, preferentemente de ojos cerrados al conectar, el centrofóbal (en este caso el player Luis Alberto Suárez) que molesta a los zagueros rivales y logra que quede un rebote boyando al borde del área para que el recién ingresado (a la desesperada) Maximiliano Gómez la calzara con vehemencia para decretar el 2 a 1 con furibundo shot. Minutos antes, el árbitro del partido había recurrido al VAR por una supuesta mano del escocés Coates. ¿Fue penal? Tal vez. ¿Pudo haberlo cobrado Aquino? Pudo haberlo cobrado, pero no lo hizo. Ahora, que no venga ningún ciudadano chileno a endilgarnos soborno arbitral o peso en la Conmebol, como si fuésemos Brasil, Argentina o incluso Paraguay.  

En la nueva normalidad de tribunas vacías, tapabocas, players livianos y VAR como protagonista; quedó la sensación de que a la amargura producida por esa combinación de hechos no la remueve ni el tinto más lija y la confirmación de que algunas cosas siguen siendo fieles a la vieja normalidad. InVARiablemente.