Forjado en el campeonato barrial de Paso de los Toros – donde corren por igual las patadas y el vino- y en las canchas de la Divisional “C”; Nelson Artigas Olveira dejó una marca en el fútbol y unas cuántas cicatrices en los rivales, además de haberse llevado alguna con hidalguía. Porque el Canario nunca se guardó nada, fue de esos jugadores que nunca necesitaron ser motivados por nadie, de los que ven definido su accionar por la palabra pundonor. Olveira siempre supo que la victoria no es patrimonio de los más preparados, sino de los que la desean más y por más tiempo; por eso producía esa sensación de orgullo e identificación a cualquiera que lo haya visto jugar.
Su inconfundible silueta de espalda ancha y ausencia de cuello, su voz finita no coincidente con su cara de carnicero, sus dientes apretados y su indomable entrega; lo hacían acreedor del aprecio de todo aquel que lo viera por primera vez. No hay manera de no querer a un Canario Olveira en su equipo, a menos que usted no sea uruguayo. En ese caso, será en vano tratar de explicarle por qué este rústico zaguero era el típico jugador nacido en estas tierras que no puede, no debe faltar jamás en un combinado de ciudadanos orientales.

De los pagos del Mago O’ Neill, Olveira fue la viva demostración de que por cada virtuoso tiene que haber un obrero que sostenga las estructuras de un equipo, una familia, una empresa o un grupo de amigos. Su infatigable lucha queda como fiel testimonio de lo que vivió y como recompensa de lo que conquistó a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. Olveira era un player frontal y noble, destacado por su garra y su personalidad. Aquellos que creen que la influencia de un central se mide por la cantidad de seguidores que tiene en Instagram, seguramente nunca vieron jugar a este artesano de la patada de noble corazón.
Aquella rebeldía que lo llevó a arengar a sus compañeros a empatar un partido que habían perdido con gol de oro en el Mundial Sub 20 de 1993, se trasladó a su posterior carrera como DT. Cuando asumió en un equipo colombiano, le dijo al presidente: “Si se mete en la cancha, me va a conocer”, con el mismo temperamento y la misma dignidad que muestran en cualquier lado los orientales de bien. A fin de cuentas, ¡se llama Artigas!