Alguna vez, José Nasazzi dijo con voz firme y el pecho inflado que la selección es la patria misma. Más tarde, Obdulio Varela dijo con el ceño fruncido y el puño apretado que, con la celeste en el pecho, los jugadores eran “doble hombres”. Así se forjó la identidad futbolística uruguaya, basada en las hazañas de esa casaca color cielo que confería un extra a quienes la vestían. Siempre debería ser el emblema que estuviera por encima de cualquier partidarismo, el anhelo máximo de todo futbolista, el elemento de unión de todos los orientales.
Pero, pese a que algunos prediquemos que la gloriosa malla es lo único que importa, hay quienes prefieren centrarse en colores circunstanciales. Porque son ellos mismos los que admiten esa circunstancialidad, al decir que se elige ser hincha de tal o cual equipo y no se puede elegir ser uruguayo. Con la cantidad de gente que querría haber nacido en esta tierra, hay que ver cómo hay gente que mira con indiferencia al emblema máximo de la cultura uruguaya. Si se elige, es circunstancial, los jugadores cambian de equipo o se hacen hincha de otro equipo. La gente igual. ¿Cuántos conocemos a algún pastelero? En cambio, no hay ningún uruguayo que se haga hincha de Chile o de las Islas Feroe.
Y es ahí donde fallan algunos jugadores de otras épocas, players emparentados con grandes gestas y que vivieron una época en la que la celeste se defendía con uñas y dientes, donde no había VAR y sí mucho más BAR que ahora, donde los jugadores no se depilaban ni usaban sutién. Esos, son los mismos que hoy, en su madurez, salen a declarar de una manera que no ayuda en nada. Porque estos señores deberían saber que sus dichos forman opinión e influyen en los jóvenes, a los que sus padres les han hablado de lo que ponían cuando se vestían de corto. Y, sobre todo, con la camiseta celeste.
Recientemente, Hugo De León declaró abiertamente en la televisión que es más hincha de un equipo que de la selección, que ese equipo es su selección, pero que lógicamente desea que Uruguay gane. Menos mal que lo aclaró, porque todavía hay gente que se acuerda de que dio la vuelta olímpica después de ganar el Mundialito con la camiseta de un equipo, todavía brasilero. Y antes de que salten los hinchas de ese equipo, hay que decir que otro emblemático jugador de los años ’80 y ’90 como Fernando Harry Álvez, ha dicho también que él elige ser hincha de un equipo y que no se elige nacer en Uruguay. Menos mal, porque si no la gente pensaría que no le importó recibir los seis goles de Dinamarca. ¿Son las declaraciones de De León y Álvez un poco antipatria? Ah, para nosotros sí. Porque lo que logran con este tipo de afirmaciones; es que haya ciudadanos de este país que salgan a decir luego que la selección les importa lo mismo que la salud de su suegra o que no irían a ver al combinado ni aunque les regalaran la entrada. Y todavía, le hablan con total liviandad, sueltitos de cuerpo, de que no se puede comparar el “sentido de pertenencia” que se puede tener con un club con el que se puede llegar a sentir por ese símbolo de orientalidad suprema.
¿Cuánto les costó a Nasazzi y a Obdulio inculcar a generaciones enteras que defender a la celeste era defender al país, que cuando uno se enfundaba en esa camiseta tenía poderes, que cualquier equipo quedaba por debajo del equipo de todos los uruguayos? Mucho, como para que entre la cantidad de calendaristas y los que son hinchas de los cuadros, nos dejen huérfana a la selección. En cualquier momento, empiezan los botijas a decir “soy uruguayo, pero hincho por Portugal por Cristiano Ronaldo”, o “Nací acá, sí, pero me tira Inglaterra porque miro más Premier League que fútbol uruguayo”. Reflexionemos, y llamemos a que vuelvan los jugadores hinchas de la selección de antes, la gente que pone a la celeste por encima de todo y a que vuelva la celeste de antes.