Pese a que nunca escribió más que las alineaciones que le tiraba por debajo de la puerta a Víctor Púa en el Mundial 2002, Fabián O’Neill era un poeta. Cualquiera que lo haya visto jugar puede dar fe de que lo que él hacía con la pelota era pura poesía y merecía destaque frente a lo que hacían otros, que con viento a favor podría considerarse un telegrama o una lista del almacén. Poemas con esencia del campito de Paso de los Toros del que nunca se fue, eso era lo que su fútbol expresaba y la gente apreciaba.
Tampoco, que nos conste, Fabián tuvo destreza en la ejecución de algún instrumento musical. Pero vaya que su cadencia en la cancha tuvo el mismo efecto que el que tiene la música clásica, el tango o la cumbia en los melómanos: el más puro deleite, el disfrute de mover la patita o asentir mientras alguien ejecuta una melodía que llega hasta lo más profundo y emociona. Y así, hizo bailar a unos cuántos.
Nunca, de acuerdo a los registros, dirigió ninguna orquesta. Sin embargo, era capaz de mover todos los hilos de un equipo desde la posición de 5, 8 o 10. Tampoco pasó por ninguna escuela de magia, pero hacía aparecer pelotas entre los caños de los más famosos defensas y volantes de marca como quien saca conejos de la galera. Y eso porque no se puede jugar al fútbol de galera. Después, de lo que se podía tener en una cancha de fútbol, él tenía todo: creatividad, guapeza, potencia, manejo de las dos piernas y precisión.
Si a usted le dicen que ese jugador era mago y usted nunca lo vio jugar, créales. Con las medias bajas y las canilleras para afuera como seña distintiva de desfachatez, Fabián Alberto O’Neill cautivó a cualquiera que lo haya visto jugar. Desde el primer día que apareció en una cancha de fútbol, hasta cuando lo conocieron los más connotados cracks del fútbol mundial. De Paso de los Toros había salido un chiquilín con la potencia de un toro y el apellido de un actor de Hollywood, un canario noble y bueno que quería divertirse jugando a la pelota. Afortunados los que lo vimos, los que jugaron con él e incluso los que lo enfrentaron.
Al Mago Fabián no lo vamos a recordar con tristeza, porque quedará eternizada su sonrisa en las fotos como la sonrisa de otro Mago que cada día canta mejor. Su historia no se puede reescribir, aunque tantas veces le hayamos imaginado otros desenlaces más felices. Hasta siempre, fenómeno, que descanse en paz.