El cero a cero con los coreanitos –Juan Ricardo Faccio dixit- todavía resuena, rabioso, mientras más de uno se pregunta cuándo fue que nos convertimos en un combinado incapaz de meter al rival en su propio arco a base de centros a la olla cuando las cosas no salen. Y créanos, camarada obdulista que está leyendo esto, que hay interrogantes que lamentablemente no van a encontrar respuesta. Ganó la precaución, el recaudo, la cautela, el miedo a un disciplinado equipo asiático en el que juega un promocionado elemento que comparte vestuario con el Bastriboi Bentancur en el fútbol inglés y al que no pudimos siquiera intentar conectarle algún toque involuntariamente voluntario en la zona de la máscara protectora, como seguramente hubiese hecho cualquier player de otrora.

Con un equipo uruguayo más preocupado del rival –recordamos, Corea del Sur- que de prevalecer a base de algunos de los argumentos que alguna vez se pensó que caracterizaban a nuestros elementos, el partido entró en esa zona que tanto gusta a los amantes de las estadísticas y los pases clave en el último tercio: la intrascendencia. Reiteramos, no se buscó acomodarle la máscara al habilidoso de ellos, que gritaba a los cuatro vientos que venía con una fractura en la cara y tal vez podía llegar a tener el infortunio de chocarse con algún hombro uruguayo. No. Tampoco, más allá del correcto accionar del calendarista Cáceres juntándole los tobillos y sacándole el botín en la vehemencia del lance, hubo momentos en los que los nuestros hicieran sentir el rigor dentro de las posibilidades que ofrece el reglamento infame con el VAR y todas esas cosas.

Así es muy difícil. Ya lo veníamos anunciando, con un mediocampo lleno de players estilizados a los que les queda bien un traje italiano, pero son incapaces de revolear a un rival en un tranque o de dársela al que sabe –porque se supone que los que saben son ellos-, mucho menos de proponer roce en la zona en la que se ganan los partidos, no se puede. Tres mediocampistas de supuesto corte defensivo, cero amarillas y casi cero faltas, como el niño que iba a caballo a la escuela rural. Es más, porque hay que decir todo, no debe estar muy contento el Gladiador Ribas con lo mostrado por su discípulo, el Tornado Alonso. Hay que salir a ganar el partido como sea, y los cambios son dar entrada a dos marcadores de punta. Cualquiera sabe que hay que acumular delanteros y desbalancear al equipo, lo hizo Víctor Haroldo Púa contra Senegal volviendo a 2-3-5 y casi consumando la hazaña definitiva, de no ser porque a Chengue le apuntaron con un láser en las vistas. ¿Acaso Maximiliano Gómez tenía las vacunas vencidas? ¿No había ningún otro ciudadano de todos los que fueron con la delegación capaz de hacer algo para salvar los tres puntos, como el Conejo Fonseca antes los mismos coreanos en Italia ’90?

Como dice el nombre en la espalda del compañero del Bastriboi, que mucho dijo en la previa que le iba a arrimar la ropa al cuerpo y al final no cumplió, hay que tomar las cosas como son. Y decir bien fuerte que no nos gusta como son esas cosas, que queremos una verdadera vuelta a la esencia y alguna señal de que vuelve la Celeste de antes. Antes de que sea demasiado tarde y nos encontremos con el portugués al que alguna vez el Pato Sosa despeinó.