Un nuevo clásico rioplatense se jugaba muy lejos del Río de la Plata y despertaba la ilusión de ver que no todo está perdido, más allá de las risitas cómplices en el túnel. Uruguay arrancó el partido de una manera alentadora y fiel a su historia, planteando el Quetejedi un mediocampo con lo mejor que tenemos hoy en día en términos de contención (ojo, tampoco se piense que volvimos a los tiempos del Ruso, el Cacha y el Tata) para llenar la zona de volantes de piernas ante el elegante toque característico del team porteño. Ya se sabe, ellos juegan. Y a nosotros nos queda cómodo esperar y ver si en una de esas sacamos un contragolpe. Atrás, debemos tener siempre un goalkeeper que ataje y hoy se tuvo, una defensa férrea y hoy nos cabeceó un enano en el área chica y cometimos un penal en los descuentos. Así es difícil, por más que hayamos comenzado el primer tiempo en la clásica dinámica de “ataca Argentina, gol de Uruguay”.
Claro, el público calendarista ya volvió a reclamar un 60% de posesión como contra Hungría, acaso perdiendo de vista que los clásicos se juegan o se deberían jugar con un libreto que ya está establecido por la historia. Pero lo que más duele, es terminar empatando un partido que había que cerrar dando ingreso a algún otro zaguero y juntando las líneas luego del golazo de tiro libre de Luis Alberto Suárez. En este momento, hay gente en Argentina que no puede creer que le empataron un partido a Uruguay con un gol de cabeza en un envío mal defendido y por un penal inocente en los descuentos. ¿Cómo no vamos a pedir después que vuelva la celeste de antes? Uruguay podía jugar bien o mal, pero ganando un partido le aguantaba el asedio con sus defensas llenándose la cabeza de chichones y ganaba con goles en los descuentos, no le empataban.
Estas cosas, que para algunos son meros detalles, para nosotros son cruciales. Y son graves, además de opacar algunas acciones de presencia firme como la invitación no correspondida a practicar el pugilato de parte de nuestro ariete Roberto Cavani al 10 de ellos, el tumulto que se armó al final con presencia del Quetejedi incluida (aunque nunca llegó esa mano iniciadora de generala que un pueblo esperaba) o alguna pierna fuerte de parte de nuestro noble capitán. Resumiendo, se mostraron cosas interesantes, pero se borró con el codo lo que costó tanto escribir con la mano. No hubo solidaridad en el esfuerzo compartido para turnarse en atender a Messi, cuando bastaba mostrarles un par de videos del Chifle Barrios, Bossio y Saralegui marcando a Maradona o hacerlos leer sobre Lorenzo Fernández y el Mariscal Nasazzi en la final del 30. En algún lugar, Ronald Paolo Montero se lamenta por la pérdida de identidad defensiva y el Chengue Morales mastica atónito la bronca por ese empujón o esa cortito al estómago que nunca llegó. Claro, mientras algunos nos estamos lamentando por esto, ellos estarán cenando junto a los players argentinos.
Que vuelvan los clásicos rioplatenses de antes, los que por lo pronto se jugaban en el Río de la Plata en ambientes hostiles. Que vuelva el “ataca Argentina, gol de Uruguay” que terminaba bien para nuestros intereses o si tocaba que terminara mal, al menos se sentía la presencia de los nuestros. Que vuelvan los ejemplos, porque no podemos exigirle al botija Viña que no se deje anticipar, si Cáceres deja que el útil le pegue en la mano en el minuto 90. ¡Minga nos iba a cabecear de pesado un duende y nuestro guardameta se iba a agachar! Recuperemos nuestra identidad, un día puede ser demasiado tarde. Ojalá que el Mariscal Nasazzi no haya visto nada de lo acaecido allá lejos del Río de la Plata y también lejos de lo que fuimos.