Malasia ’97 trae recuerdos. Memorias de aquel Uruguay en el que los botijas pedían plata p’ al judas, en el que se jugaba al fútbol en la calle, en el que un DT le decía a un muchachón de 19 años que no gritara los goles para no cansarse y este le hacia caso; de ese país salieron dos botijas de ébano que vinieron a ser una de esas duplas inolvidables que son recordadas por siempre en todos los órdenes de la vida.
Kesman y Yannuzzi, Larbanois y Carrero, lechón y ensalada rusa, tomate y lechuga, Paolo y la roja… siempre hubo dúos inolvidables. Hay un montón de duplas que están en el imaginario de la gente, y en ese selecto grupo entran Marcelo Zalayeta y Nicolás Olivera, dos muchachos que volvieron a generar orgullo en la gente por ver a la casaca color cielo junto a sus compañeros de Malasia ’97.
Ambos explotaron a la consideración popular y el interés del mundo, cuando el “Nico” fue elegido como el mejor jugador del Mundial Sub 20 de 1997 en Malasia y la “Pantera” se consagró como segundo mejor jugador y goleador del campeonato. ¿Cómo olvidarlos en aquel épico torneo que fue la gran esperanza después de la temprana eliminación de Francia 98?
Olivera era en sus comienzos un enganche, y se fue convirtiendo en un armador veloz, vivaz, dinámico, capaz de fabricar sutiles jugadas de gol por su exquisito manejo del útil, y de convertirlos por su precisión y buena pegada. Zalayeta asomaba como un punta goleador capaz de imponerse, no sólo por su potencia física, sino también por la técnica depurada y por su aparente lentitud que escondía a una mente capaz de resolver con la determinación de un rayo.
El Nico pintaba para ser un 10 excepcional como pocas veces visto, Marcelo Danubio tenía todo para ser uno de los mejores 9 del mundo. El paso del tiempo, la adaptación, la suerte, las oportunidades, hicieron que, si bien ambos tuvieron flor de carreras, no llegaran a ser lo que todo el país esperaba. Tuvieron trayectorias que el 80% de los futbolistas quisieran tener, y aún así todo el mundo piensa que pudieron ser todavía más de lo que fueron.
Con sus botines negros y todo el talento nacido en los campitos de distintos barrios, aquellos botijas fueron las dos estrellas indiscutidas del equipo de Víctor Haroldo Púa y de todo el torneo. Olivera jugando y haciendo jugar, Zalayeta metiendo goles, ganando de arriba y complicando en el área llevaron a la Celeste a una final del mundo que no se pudo ganar.
Hijos pródigos de una generación, hermanos de raza y compañeros de partidos inolvidables; Olivera y Zalayeta jugaban de memoria en el mundial de Malasia. En la memoria de la gente, es como si siguieran jugando ese mundial eternamente; tirando paredes imposibles, tacos, jopeadas y haciendo feliz a un pueblo.
QUE VUELVAN LOS MORENOS DE ANTES, QUE VUELVAN LOS JUVENILES DE ANTES, QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!