No hubo una manga temblorosa, ni siquiera alguna tarjeta o incidencias que levantaran la temperatura del match. No hubo un resultado adverso, tampoco un mediocampo de brega ni zagueros que pincharan alguna nube con algún despeje. Ni siquiera hubo mucha gente que lamentara haber dejado escapar así a la ligera un patrimonio celeste como el repechaje, hecho que apenas los obdulistas de todas las horas podemos llegar a comprender.

La historia de un partido contra Venezuela jugado a las 6 de la tarde y con un equipo prácticamente clasificado de forma directa, con un triple 5 de jugadores espigados y de “buen pie”, sin player de ébano alguno, sin pierna fuerte ni emoción de ningún tipo; es la historia de un combinado que si no hubiera estado vestido de celeste hubiera despistado a más de uno.

Fíjese si algún tío veterano que volvía de las 8 horas con alguna grappita encima ponía la transimión y veía ese toqueteo de balón, a esos para él ignotos imberbes de cabecita levantada y juego atildado y a los sonrientes abrazos y cambios de casacas del final. Capaz ni se daba cuenta de que se trataba de una selección uruguaya. Si todavía le decían que esa misma selección estaba asegurando un partido final contra Bolivia en el coloso de cemento abarrotado de calendaristas de los que piden el programa del espectáculo en la puerta, con las caras pintadas, pelucas y vuvuzelas… ese tío se iba a amargar, refugiándose en una botella de espinillar. Y lo bien que haría, porque el panorama es sombrío.

No, no habrá repechaje contra ningún combinado exótico. El equipo irá al mundial con dos partidos menos, y qué partidos. No habrá mancomunión con el sufrido oriental de a pie que con esfuerzo pagaba un talú para ir a romperse la garganta y a sudar de nervios y agonía. No, en cambio habrá una fiesta de vaya uno a saber qué, de una holgura jamás experimentada en las lides futbolísticas por la casaca olor cielo. Y eso, a nuestros ojos, es una debacle. Alguno nos llamará locos, no entenderá que no todo es el éxito, sino que también importa la forma en la que se logran las cosas.

Prepárese, porque el martes va a ver “la ola”, va a escuchar gritos de histeria como si estuviera cantando alguna estrella del canto melódico internacional. Uruguay ya está en el mundial, sí, pero nunca más lejos de conformar al que pide que no se pierda la esencia. No sabemos si es peor haber dejado pasar la oportunidad de un quinto repechaje consecutivo, o tener que fumarse la ola de exitismo y calendarismo en su máxima expresión, de gente que va a saturar los teléfonos encargando sushi para seguir las alternativas de “su” fiesta.

Hoy es un día nefasto, y menos mal que estaban vestidos de celeste, porque sino… Que vuelva el sufrimiento y la agonía de antes, que vuelvan los taludes y los tambores, que vuelva el repechaje y ¡que vuelva la celeste de antes!