Pasaron las primeras jornadas del Mundial, y no es que siempre nos pongamos a reflexionar sobre partidos entre otros equipos que no sean el combinado oriental, pero en este caso nos vemos obligados a hacer notar algo: estamos viendo el Mundial del revés. Vaya uno a saber por qué, pese a que finalmente la vieja fórmula de siempre nos salvó las papas contra los egipcios, nos quisieron hacer creer que había que hacer otra cosa. De golpe, se había terminado el mediocampo con gladiadores para dar rienda suelta a la de los volantes mixtos (los bastriboys, para entendernos mejor). El Cacha, el Tata, Palito, ya no servían más y su estilo había “pasado de moda”. Pero llegó el inicio de Rusia 2018, y empezamos a ver señales por todos lados. Al final, parece que por otros lados no está tan mal poner sobre la mesa algunos ingredientes que alguna vez supimos poner en nuestra receta. Y como en todo, vamos a fundamentarlo.
Islandia, un país de 330.000 habitantes nos vino a sacar la etiqueta de “país chiquito que se agranda ante los gigantes”, con elementos tales como: un lateral que saca los óbols como el propio “Brasilero” Edgardo Adinolfi, bien al corazón del área, con alma y vida y sin temor de desgarrarse un bicep en el intento; un 9 que recuerda a los movimientos del “Toro de Los Cerrillos” Wilmar Cabrera, sacrificando el lomo de espaldas al arco y bajando todos los envíos largos para propiciar una segunda pelota vital para las aspiraciones del equipo, complicando a toda la defensa rival; un par de barbudos que corren y meten. Y no mucho más, ¿para qué?
Ya se veía que en este Mundial, la cosa arrancaba entreverada cuando Dinamarca, nuestra pesadilla rubia, le gana de vivo a Perú con un player de ébano en su oncena. Piense que estuvimos a nada de tener menos negros que la tierra de los Laudrup y Larssen, y con la mano en el corazón diga si no es para preocuparse. Pero la cosa no iba a terminar ahí. México, un equipo acostumbrado a defeccionar anímicamente y a creerse más de lo que es (los chilenitos de la Concacaf, para ser más claros), le gana a Alemania. ¿Cómo?
Un país con un proceso serio, largo, con un trabajo planificado y siempre en los primeros planos; pierde ante otro que llegaba al Mundial entre los ecos del escándalo por haber disfrutado de una despedida relajada y con jugadores denostados por sus propios compatriotas. ¿Quiere saber la explicación? Las primas de Rafa Márquez fueron las directas responsables de que el plantel azteca llegara descomprimido, unido, alegre. Una verdadera familia, que una vez más demuestra que lo importante es con la pelotita y no lo que hagan los players en su tiempo libre.
Suiza revirtió la tortilla y se convirtió en “El Uruguay de Europa”, vengándose del mote que nos acompañó alguna vez. Y las razones estuvieron a la vista, porque le sacó un empate a Brasil con algunas características conocidas: su goalkeeper de riguroso negro, cuando hubo que reforzar el medio, puso sin prurito a un guerrero de ébano de las características de un OJ Morales o un Marcelo De Souza, cuando se tuvo fe para seguir de largo, colocó en el ataque a un 9 de 2 metros, también de color negro. Sí, Suiza tiene más jugadores de ébano que Uruguay, precisamente el doble.
Ah, y cuando tuvo que llamar al orden al pizarrero de Neymar, lo revoleó en la pata sistemáticamente y de forma rotativa, demostrando que hasta para pegar hay que ser un equipo. Mientras tanto, nosotros ahora jugamos a la posesión y seguimos esperando nuestra primera tarjeta. Eso sí, nos amonestan porque los suplentes entran a la cancha a festejar un gol. Seguimos viendo atónitos como todo en este Mundial parece estar al revés, ¿hasta cuándo? Que vuelvan los Mundiales de antes, y que vuelva la celeste de antes. Y cuanto antes.