Sabido es que todos los negocios realizados en Paraguay tienen sobre sí el manto de la sospecha acerca de su legalidad, sea un perfume comprado en Ciudad del Este o un contrato de la Conmebol. Esto ha sido así desde los orígenes mismos de nuestras naciones, el paraguayo es bueno para los negocios y lo demostró en esta visita al Centenario. Cabe decir que nosotros somos unos angelitos también, porque hasta el más distraído sabe que hay pocas cosas que le gustan más al elemento guaraní que plantar dos líneas de cinco y llevarse un punto de visitante. Para más inri, sin recibir goles para eventuales desempates por saldo.

¿Y qué hacemos nosotros? Ponemos una línea de tres, como para complacer a aquellos puristas que piden inventar lo que ya está inventado. Tuvimos bastante la pelota, también, y hasta ahí llega la lista de las cosas que tuvimos. Noventa minutos sin poner un centro como la gente en el corazón de la defensa paraguaya, más los descuentos. Gran parte del partido sin disponer de un elemento que supiera cómo causar algún tipo de zozobra al dispositivo táctico rival. Un equipo sin centrojás, por la inentendible no convocatoria del carnicero Arambarri; con volantes que reciben amarilla sin siquiera pegar una buena patada, con carrileros que no carrilean y con los punteros en el banco. Así es difícil ir a hacer negocios con una comitiva de gente criada en el arte de la negociación y el regateo. Era obvio que se nos iban a quedar con el vuelto.

Ya no hay público que empuje, pero no hay que olvidarse de que, si lo hubiera, se hubiera quedado mudo a los diez minutos. Más con el frío reinante y las manos con guantes, apenas munido del inocuo “Soy celeste” y poca cosa más. Ya es apenas un recuerdo la presencia de compatriotas en las taludes, público combativo que peleaba por un poco de visibilidad y peleaba también entre sí, amén de dejarse la garganta alentando al combinado y haciéndole sentir el rigor verbal a rivales y terna arbitral. Tanto hemos sido y ya no somos, que los cambios tampoco nos dieron la posibilidad de meter al rival en su arco o de al menos albergar la esperanza de que el capitán Roberto Godín pudiera conectar un jorobazo salvador.

Son estas de las palabras más difíciles de conectar, porque no hubo nada para destacar. Quedaron en espera algunos elementos del medio local que, creemos, hubiesen dotado al team oriental de la necesaria dosis de pundonor. Así como sus pares de la Conmebol, los once guerreros albirrojos se hicieron fuertes en la tierra de Obdulio y cerraron un negocio redondo en el coloso de cemento. No van a tener problemas para pasar lo que se llevan de acá tampoco, ya que se mueven tan bien en la aduana como en el área.

Mientras masticamos un salamín picado grueso, empujamos la bronca con el noble fruto de la vid y dictamos estos conceptos a nuestro esclavo con la certeza de que no fuimos en absoluto rápidos para los mandados. No marcamos presencia, no empujamos ni con la pelota ni sin ella, no propiciamos ningún conato de violencia bien entendida ni apelamos en ningún momento al envión anímico que otorga el peso de la camiseta celeste. En épocas de contagios, el equipo no contagió nada en ningún momento. Y eso, contra un Paraguay oficioso, se paga dejando puntos y sensación de inocuidad.