Para tener nostalgia, hay que tener pasado. Uno no puede añorar lo que no existió, por eso debe ser que el uruguayo es un individuo nostalgioso por naturaleza. La nostalgia es aquel amor de la juventud, el primer beso, el debut en el quilombo; es el barrio, son los viejos éxitos y por qué no las derrotas que no hacen más que recordarle a uno que hay que volver a levantarse las veces que sea necesario.

¿Cómo no va a valer la pena recordar lo vivido? ¿Cómo no acordarse de los refuerzos de membrillo que uno llevaba de merienda o de las patadas dadas y recibidas en el campito? ¿Cómo evitar que le entre una basurita en el ojo al rememorar la vuelta triunfal del Chengue contra Australia, el zapallazo de Darío ante Dinamarca o el propio Maracanazo? No tendrá nostalgia aquel que no haya vivido, y pobre de él por no haberlo hecho.

Por todo eso, cabe decir que no hay manera de imponerle a un obdulista que la nostalgia se limita a una sola noche del año en la que hay que ponerse una peluca afro y pantalones oxford. La nostalgia es todos los días y es hacer un asado o una buseca con las amistades para contar 1500 veces las mismas anécdotas, a las que se les irá agregando o sacando alguna parte de acuerdo al grado de alcohol en sangre o de conveniencia del que la cuenta, es mirar las viejas fotos amarillentas y recordar a los que ya no están, es levantar la copa por todo lo que valió la pena.

Que no le impongan que la nostalgia es la música disco. Esos, que vayan a cantarle a Gardel. Nostalgia es el puchero, el primus, la estufa a querosén, los cines y tablados de barrio, el medio tanque en la calle, tener gallinero en el fondo, salir a saludar a los vecinos en fin de año, ir a bagayear al Chuy en ómnibus o ponerse la Spica al oído en el Coloso de Cemento.

Nostalgia es calcar un mapa con papel de panadería, pegar figuritas con engrudo o ponerse los Sacachispas, los Kichute o los Parabiago y patear una pelota Cubilla para hacer goles de maravilla. Nostalgia es Colombes y es Ámsterdam, es Montevideo y Maracaná, es Malasia y Corea-Japón, son las patadas y los goles de tantos guerreros que se pusieron la gloriosa casaca color cielo y la defendieron con todo.

¿Cómo festejar todo eso hoy? Quedándose en casa o haciendo esquina, tomando lo que usted más le guste, escuchando al Canario Luna o a alguna orquesta de las de antes, picando una longaniza y un queso y si la cosa se pone picante, arrimarle el bochín a la patrona. Si no hay patrona, siempre habrá alguna dama dispuesta a rememorar tiempos mejores. Si sabremos los orientales de nostalgia… ¡que vuelva todo lo de antes y que vuelva la Celeste de antes!