El viernes 2 de agosto de 1996, pocos meses después de la muerte de su gran amor Doña Cata, Obdulio Jacinto Muiños Varela dejó este plano. Al día siguiente, los uruguayos lo sepultaron con honores oficiales por haber sido una leyenda que había trascendido el ámbito deportivo. Podría decirse que ese día Obdulio se convirtió en inmortal, pero en realidad ya lo era –muy a su pesar- desde el 16 de julio de 1950.

Desde ese momento, todo podía resolverse a la manera del centrojás en Maracaná: los partidos que se ponían cuesta arriba, las derrotas, los males de amor, el desempleo y la inflación eran posibles de revertir si uno entraba al ruedo sin miedo como el capitán había enseñado en aquel estadio con 200.000 brasileros. Quizás, al principio no se había dado en llamar a eso “Obdulismo”, pero eso es en definitiva lo que era.

Su muerte fue también el símbolo de un país que dejaba paso a otro, porque nunca puede ser el mismo país con Obdulio que sin él. Sin la personalidad que se apagó en el momento en el que su corazón dijo basta, aquel país y aquel mundo dejaron de existir. Aunque él hubiera resuelto hacía tiempo quedarse en su casa de Villa Española con el medicamento para el asma en el bolsillo de la camisa de tartán, por las dudas, cuando le parecía que le querían pasar el plumero en cada aniversario de su primer paso a la inmortalidad.

Aquel viernes 2 de agosto de 1996 lloró el Uruguay y llegaron las condolencias desde la FIFA. Sin embargo; el peón de albañil, el canillita, el lustrador de zapatos y boxeador amateur, el número 5 y capitán, el caudillo, el militante sindical, el campeón del mundo que dijo una vez que con la Celeste en el pecho los jugadores eran doblemente hombres se convirtió –seguramente también a su pesar- en inmortal por segunda vez.