Todos los obdulistas conocen de sobra la ascendencia que el gran Negro Jefe tenía sobre propios y extraños, un liderazgo nato que agrandaba compañeros y achicaba rivales. Pero más allá de que es algo conocido por todos, nunca está de más recordar y traer a la luz anécdotas que pintan a Obdulio de cuerpo entero. En este caso, la historia fue contada de primera mano por la viuda de Julio Pérez, otro de los héroes de Maracaná.

Con sus más de 80 años, Doña Gladys Castro de Pérez, recordaba en su casa de siempre, en la calle Edison cerca de Instrucciones, que “los que más venían acá eran Míguez, Burgueño y Obdulio”. La viuda de Julio Pérez, campeón mundial de 1950, contaba que “se pasaban las tardes hablando y ni aún en el momento que Obdulio me hacía señas de que se había vaciado la jarra de vino y yo iba a la cocina a buscar otra, los demás lo tuteaban. Charlaban, tomaban, pero lo trataban siempre de usted a Obdulio. El único que lo tuteaba era Máspoli, pobre… Roque, sí, pero los demás, ninguno”. Nótese el respeto hacia el eterno capitán, que hombres maduros, curtidos en mil batallas no osaban tutearlo ni aún en momentos de esparcimiento y con unos vinos de por medio.

Además, según doña Gladys, había un ida y vuelta en el trato respetuoso, incluso en situaciones en las que, tratándose de fútbol, hasta hubiese sido común una palabra fuerte, o hasta un insulto: “Después de volver de Maracaná, la selección jugó varios amistosos a beneficio por todo el interior y el primero de todos fue en San Ramón, para comprar una ambulancia para el hospital. Bueno, usted sabe como era Julio, que decían que `se comía` la pelota. Obdulio se la pedía, se la pedía… y no se la pasaba, hasta que le pasó una y, en vez de pararla con el pie, Obdulio se agachó, la agarró con la mano y, enojado, muy serio, le gritó en el medio de la cancha: “¡Muchas gracias, señor! ¡Qué atencioso!”.

¿Quién se habrá animado a decirle algo al patriarca? Seguramente ni el juez habrá atinado a contradecirlo y cobrar mano, si Obdulio se había enojado por algo sería. Seguramente el gran Julio Pérez haya subsanado la afrenta con una disculpa al caudillo, al que tuvo la osadía de hacer enojar con su juego individualista. Esos eran capitanes, un Obdulio único, firme, moldeado a semejanza del Mariscal Nasazzi. Ya no quedan capitanes así, hoy es todo humo. QUE VUELVAN LOS CAPITANES DE ANTES, QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!!!