Mientras muchos se golpean el pecho defendiendo los intereses de una camiseta partidaria antes que los de la Celeste, un equipo de pueblo recuerda a la leyenda celeste Obdulio Jacinto Varela. Ese es el equipo del que todos debiéramos ser hinchas aparte de la Celeste, el Obdulio Varela FC de José Batlle y Ordoñez, Lavalleja.

Cuenta la historia que el Negro Jefe los dejó usar su nombre, pero con su humildad característica les dijo: “No le van a ganar a nadie”. Daniel Lauría, Jorge Miranda, Aníbal Sarli y Sergio Rodríguez llamaron a la puerta de la casa ubicada en la calle 20 de Febrero 3030, en el barrio Villa Española. Habían llegado desde el departamento de Lavalleja determinados a hablar con la leyenda y contarle sus intenciones de fundar un club con su nombre. Obdulio espió por la ventana. No tenían pinta de periodistas; tampoco de montevideanos. Con su cara de gruñón, les abrió y los invitó a pasar. Lauría se sentó en la cabecera de la mesa.

“Vos sí que tenés cara de pícaro: sos el más bandido de todos. Andá a buscarte una damajuanita de vino de tres litros al boliche.”  Obdulio maniobró el bastón, agarró la chismosa y le entregó el dinero. “La chismosa va sola. Vamos a tomar unos japoneses.” Doña Cata se paseaba por el fondo, cerca del parrillero. A Obdulio le sobresalía del bolsillo el inhalador para el asma y en la habitación guardaba dos tubos de oxígeno. Los visitantes, entonces, le contaron que querían fundar un cuadro en Battle y Ordóñez y ponerle de nombre Obdulio Varela Fútbol Club. El Negro Jefe les respondió.
“No le van a ganar a nadie”.

“Nosotros no íbamos a permitir que él pusiera la plata, y no hubo manera. Si no le agarrábamos, no traíamos el vino. Recuerdo el ambiente tan lúgubre, tan despojado de todas las cosas que había conquistado”, rememoran Sarli y el Gallego Miranda.

Le entregaron una camiseta celeste con la franja horizontal blanca, la de los primeros amistosos antes de la autorización. El 20 de setiembre de 1987 nació el Obdulio. Consiguieron la personería jurídica para ser únicos. La idea de crear un club surgió porque la Liga corría el riesgo de desaparecer, ya que un equipo había pedido licencia y cinco era el mínimo de clubes exigido por la Organización del Fútbol del Interior (OFI). “Todavía somos medio discutidos porque les hacemos cáscara a los grandes, el Independiente y el Ferrocarril”, dice el Pillín Lauría, el presidente del club.

“El nombre –agrega– homenajea al futbolista uruguayo. ¡Y quién más que el Negro Jefe! ¡Qué lo tiró! Nos contó cuando se dio vuelta en el túnel del Maracaná, en la final del Mundial con Brasil, y todo era ensordecedor, y les dice a los compañeros que los de afuera son de palo. Una personalidad… En lo que el loco te decía, no había dos opiniones.”

El Obdulio ya pasó el cuarto de siglo. Compite con tres categorías: Sub 15, Sub 18 y Mayor. Rompió la hegemonía, ganó ligas de Lavalleja y disputó, además de la Copa Clubes de Campeones, un amistoso con Nacional en el Parque Central. Cuenta con una sede social –antes era la cantina de William, el padre de Sarli– y con dos canchitas; y trabajan, sobre todo, con los gurises del pueblo. En aquellos tiempos, fines de los 80, principios de los 90, jugaban a la pelota, comían asados y salían a bailar en una camioneta Willys antigua a los pueblos vecinos: Cerro Chato, Santa Clara y Sarandí de Cebollati. “Nos pelábamos allá. Después el técnico nos agarraba. ‘¡Si no ganan hoy yo me voy!’ Pero después todos los sacábamos para adelante”, rememora Néstor Chávez, otro de los fundadores, mientras habla por el teléfono y atiende la carnicería.

Pochito Latorre, que trabaja en el campo y changuea como albañil, detalla que el Negro Jefe era explicativo y chistoso. “Me quedó una anécdota que no la he visto publicada. Dice que volvieron del Mundial de Brasil y fueron a jugar con Peñarol ante La Máquina de River, junto a Ghiggia, Míguez y Schiaffino. Y nos contó que en un momento le empezaron a tocar la pelota, porque el fútbol argentino tiene un toque exquisito, y que uno lo llama por su segundo nombre y le dice: ‘Marcá, Jacinto, marcá’. Y dice que él se dio vuelta y le dijo: ‘¿Con qué querés que los marque? ¿Con una tiza?’ Otra anécdota: nos contó que había ido en su momento el periodista Toto Da Silveira con Francescoli para sacarse una foto y él los corrió de la puerta porque les había tomado tirria”, relata Miranda, empleado en un free shop de Río Branco, ciudad limítrofe con Brasil.

El homenaje en vida, coinciden, se lo hicieron ellos, más allá de que el músico Jaime Roos salió en 1992 al Centenario con la camiseta número cinco para cantar “Cuando juega Uruguay” ante la mirada del Negro Jefe, y de que el estadio de Villa Española pasó en 2002 a llamarse Obdulio Varela, quien alguna vez admitió que se drogaba, pero con vino. “Le caíamos bien al viejo –cierra Lauría– porque éramos un grupo de amigos, porque no éramos profesionales. Estuvimos por traerlo acá, pero ya estaba en los últimos años, muy achicado.”

El obdulismo vive señores, en el interior del país y en el corazón de cada jugador, dirigente y simpatizante del Obdulio Varela FC, aquel equipo que contó con la bendición del mismísimo Negro Jefe. Obdulio vive, cada vez que la camiseta del Obdulio sale a la cancha, sea cual sea el resultado. Salú obdulistas! QUE VUELVA LA CELESTE DE ANTES!!!