Corría el año 1987, cuando Wanderers vendió los derechos federativos de Pablo Bengoechea al Sevilla, donde se convertiría en el único hombre en el mundo en hablar con un acento que mezcla riverense con andaluz. Ambos clubes pactaron un amistoso en tierras españolas para celebrar la transferencia y como parte de pago, además de aprovechar para presentar a la flamante contratación.

Con enorme expectativa, el estadio Ramón Sánchez Pizjuán repleto esperaba para ver el debut del uruguayo enfrentando a quienes habían sido sus compañeros hasta hacía poco. En la previa, Gregorio Elso Pérez, DT de Wanderers, le pidió a sus dirigidos que dejaran jugar con libertad a Bengoechea, para que pudiera meterse a su nuevo público en el bolsillo. Lo que haría cualquier oriental de bien por un compatriota, más todavía si hasta hace unos pocos días convivía con él diariamente. De esa forma, sin muchas más palabras, comenzó lo que debía ser un partido de guante blanco. Pero Enrique Peña, el Pelado, nunca usó guantes. Y menos blancos.

A la primera pelota que recibe Bengoechea, Peña lo baja. Nadie entendía nada. Así, varias veces más. El Pelado golpeó sistemáticamente durante todo el primer tiempo a su excompañero, haciendo casi un trabajo de orfebre sobre sus extremidades inferiores, como si nunca lo hubiera visto en su vida. Además, se ganó rápidamente el odio de toda la hinchada sevillista. Por si fuera poco, cada vez que lo fauleaba se iba moviendo las caderas y caminando como una modelo por la pasarela. “Si quiere no lo marco, si quiere le juego como si fuese una mujer”, le decía el calvo volante al árbitro del match.

Al terminar el primer tiempo, Peña ya se había robado el espectáculo. La hinchada del Sevilla se lo quería comer, Bengoechea no entendía nada y los jugadores de Wanderers, tampoco. Gregorio Pérez le fue a pedir explicaciones al Pelado sobre la actitud con la que había encarado las acciones durante los primeros 45 minutos y la respuesta lo agarró más de sorpresa que a los tobillos de Bengoechea. Resulta que un periodista sevillano le había dicho a Peña que el Betis –clásico rival del Sevilla- lo estaba siguiendo y que, si lograba anular a Bengoechea, la compra era un hecho. ¿Cómo no lo iba a partir al medio? El pase a Europa era demasiado tentador como para permitirse tener amigos dentro de la cancha, ya se veía con la camiseta verdiblanca trancando fuerte por las canchas de la madre patria, jugando clásicos contra Bengoechea y convirtiéndose en ídolo. Nada personal con Bengoechea, si después de todo, le había pegado mil veces en las prácticas.

Pero lamentablemente, el partido transcurrió y aquel interés del Betis nunca se concretó. Por algún motivo, el periodista le había vendido pescado podrido a un esforzado deportista que lo único que quería era asegurarse el futuro de su familia. Peña jugó tres años más en Wanderers y seguramente nunca pudo encontrar al obrero de la prensa para pedirle explicaciones por aquel falso interés.

Que vuelvan los sacrificados jugadores que adentro de la cancha no respetaban ni a la madre, que vuelvan las picardías de antes y ¡que vuelva la celeste de antes!