El 20 de setiembre no es fecha patria en el Uruguay, aunque debería serlo. Es el día en el que los obdulistas celebramos la llegada a este mundo de nuestro mesías, ese que nos guía con su legado imborrable dentro y fuera de la cancha. Conmemorar el natalicio del Negro Jefe es levantar una copa de vino suelto en su honor, es apretar los dientes y cerrar el puño en homenaje al centrojás de la historia del fútbol.
Obdulio no tiene una avenida principal, ni una ruta nacional, ni un parque para la familia, ni un monumento con su nombre. Tampoco se menciona su nombre en las escuelas, cosa que no vendría mal para que la botijada vaya aprendiendo lo que es un líder, un caudillo, un prócer que alguna vez usó zapatos de fútbol y una camiseta número 5, pero que logró lo que pocos: ser inmortal y seguir jugando el partido de la eternidad con la misma prestancia y aplomo con el que se paraba en la mitad de la cancha.
Cada uno tendrá un recuerdo, una frase, una historia que le contaron, una imagen que habrá visto al pasar. Si alguien no lo tiene, ese ha vivido engañado y no sabe lo que es bueno. Está en cada obdulista enseñar al que no sabe, acerca del hombre que vive en nuestros corazones y sigue trancando fuerte. Homenajear a Obdulio es vivir siendo fieles a nuestros principios, es sacarle la copa de las manos a los Jules Rimet de cada día, es ser amigos de la gente que sufre, es caminar derecho por las calles y las veredas de la vida.
Hoy, Obdulio cumple años y sigue más vivo que nunca, más capitán y más huevudo que ayer pero menos que mañana. Siempre habrá un Maracanazo por delante al que hacerle frente, un desafío frente al que tendremos que ser “doble hombres”, una causa por la que luchar y unos “japoneses” a los que jugarles sin concesiones. Nuestra patria será un lugar mejor. Salú, Negro Jefe. Todo homenaje se queda corto.