El Tito Gonçalves fue un jugador único, de esos que hicieron que el fútbol uruguayo fuera diferente al resto. En él se juntaban la destreza del número 5 impasable, la capacidad táctica de estar siempre bien parado, y la hombría de ponerse el equipo al hombro cuando las circunstancias eran adversas. Esa era una raza de futbolistas que en nuestro país y en el mundo, se ha hecho todo lo posible por extinguir.
Un verdadero caballero en el futbol uruguayo y respetado por todos, simbolizaba el potrero, el barrio, el vestuario, y los códigos que están por encima de cualquier color de camiseta. Porque los Gonçalves, así como los Ubiña, eran tipos que por sobre todo eran respetados por sus rivales, y más allá de todo fueron emblemas y caudillos de la casaca color cielo.
A los 13 años, el Tito jugaba de centrofóbal en el Deportivo Cabellos de su pueblo. A los 15 años, vestía la camiseta de Universitario de Salto. Alto, espigado y huesudo, de voz fuerte amante del tango y de la guitarra, perteneció a la época en la que muchos de nuestros guerreros no eran virtuosos, pero mucho menos pata duras. Cuando dominaba el centro de la cancha, tenía una vueltita particular, como una especie de “calesita” sin saber para donde iba a continuar el juego, pero siempre elegía el sector adecuado por donde salir jugando.
Con la selección uruguaya disputó la Copa América en 1957 y 1959. Además, participó en los mundiales de 1962 y 1966. El suyo es un caso único, por haber llegado a la celeste incluso antes que a un club. Un amistoso de la selección de Salto contra la de Uruguay, le valió el pasaje a la Copa América de Perú 1957, en un equipo que dirigía Juan López y que contaba con grandes figuras. Tras jugar tres de los seis partidos, llegó a Montevideo y lo quisieron varios, pero él ya le había dado la palabra a Peñarol,
Cuando el partido no se podía ganar a técnica o táctica, aparecía liderando con otros atributos. Tenía la astucia, la inteligencia del hombre de campo; y trasmitía ese respeto que emanaba de su propia figura y de su vozarrón. Cuando hablaba, todos se daban vuelta a mirarlo. Algún calendarista dirá que hoy el ritmo de juego es otro, que se juega distinto, pero un 5 así tiene siempre lugar en la celeste.
Ya de viejo, Gonçalves se enojaba cuando veía jugadores con zapatos de colores. Se ponía malísimo, según cuentan quienes compartían el día a día con él. Lamentamos por los botijas de ahora que conocieron a este tipo de leyendas y toman a cualquier “medio pelo” como ídolo. Fiel, buen compañero, respetuoso y respetado por los rivales; recio dentro y fuera de la cancha, pero querido por todos.