Ni una semana duró el combinado en la Copa América vendida a los de la Concacaf por la dirigencia de todos los países de este continente. ¿Qué dirá ahora el público calendarista, ante la exposición de un equipo que ni jugó a algo, ni ganó, ni resultó atractivo para las mujeres ávidas de ver a sus añorados ex capitán con apodo de señora mayor, hijo come sushi de Pablo Forlán o el amigo de Fonseca?

Escuchamos por ahí algunas voces que se alzaron diciendo que volvió la Celeste de antes, claramente no tienen idea de lo que están diciendo. Acá en este país se ha visto de todo: desde combinados que trajeron copas de todo tipo y color, hasta otros que no trajeron copas pero sí algún peroné o rodilla de recuerdo, en el peor de los casos. De Uruguay usted podía esperar botines negros, golero de negro, peinadas pal costado, gestos adustos, barbas, bigotes, parquedad. Hoy tiene botines multicolores, gel de pelo, secadores y equipos que salvo raras excepciones de algún obdulista que la lucha desde adentro, presentan tibieza en el campo y son vapuleados por cualquier cara de loco. Ejemplos: 2014, nos elimina Colombia de un mundial; 2015, nos eliminan los chilenitos de una Copa América; 2016, nos elimina Venezuela de una primera fase de Copa América.

Los Uruguay de antes, si tocaba perder, que alguna vez tocó, faltando 5 minutos de un partido que se veía que no se podía ganar de ninguna forma, la pudrían. Algún compatriota iba a tirar algún puntapié descalificador, algún codazo, algún cortito en los tiros de esquina, algún “hijo de puta” al rival, y en último caso se armaba la correspondiente generala que recorría el mundo y nos hacía sentir orgullosos de que nadie nos iba a pasar por arriba.

Jugar mal o bien es circunstancial, pero este equipo que quedó eliminado al segundo partido, se bancó que le pusieran el himno de Chile, y remató perdiendo con Venezuela y terminando SIN AMARILLAS!!!, estuvo más lejos que nunca de aplicar alguno de los Valores que nos han dado tanta gloria dentro y fuera de las canchas.

Nadie nos respeta, esa es la realidad, todavía paseamos por la cancha con una faja en la cintura similar a la de los bailarines del Pericón Nacional, no pegamos ni una panadera, ni agarramos a nadie de una oreja, morimos con los ojos abiertos, siquiera tirando el tan mentado “centro a la olla” para el centrofobal de turno (que en este caso dicen que corrió como 20 kilómetros, pero erró un gol que lo hacía hasta el esclavo).

Que vuelvan los triunfos de pesado contra los equipos chicos de antes, que vuelva la Celeste de antes!