La Copa de Oro de Campeones Mundiales, mejor conocida como Mundialito o Copa de Oro, fue un torneo internacional de fútbol que reunió a las selecciones nacionales campeonas del mundo y los pecho fríos de Holanda -todavía no se les decía Países Bajos-, que nunca ganaron nada. Fue disputado en Montevideo entre el 30 de diciembre de 1980 y el 10 de enero de 1981 y tuvo mucha repercusión en la época, siendo considerado un torneo de alto nivel. Se trató de un campeonato armado por dirigentes de los de antes, esos dirigentes repletos de hombría, viejos códigos y negocios turbios, siempre acompañados de su bebida alcohólica preferida y su séquito de chicas que fuman. A la cabeza de todos, el inefable Washington Cataldi, un hombre del que nunca se supo profesión u ocupación: simplemente laburaba de dirigente.
Madrid fue el punto de encuentro de Cataldi con el empresario griego Angelo Vulgaris, quien tenia las garantías económicas. Enriquecido con negocios de exportación de carne a países africanos, el empresario heleno vio pronto que su cuenta en dólares se podía disparar. En su poder quedaron los derechos comerciales del torneo, verdadero eje del negocio. Cataldi, hablando en nombre de la FIFA y de la Asociación Uruguaya de Fútbol, le prometió plenos poderes, pero unos y otros se olvidaron de quien tenía en exclusiva los derechos en Sudamérica del Mundial de 1982 en España: (Organización de Televisión Iberoamericana). La respuesta de la OTI fue tajante: o se le cedía la transmisión del torneo o dejaba sin imágenes del Mundial de España a quien diera el Mundialito.
La figura de Vulgaris (terminaría preso por narcotráfico años después), empezó a levantar sospechas por todos lados. Cataldi, ayudado por Artemio Franchi (italiano y vicepresidente de la FIFA) encontró una solución en la persona de un empresario de 44 años que buscaba dar un impacto mundial a su negocio televisivo y de paso abrirse paso en el fútbol. Su nombre, Silvio Berlusconi, conocido luego como Il Cavaliere. A sus manos pasaron a poco más de una semana de empezar el torneo los derechos y su venta para que la competición se viera en 43 países.
En un campeonato que tenía a los brasileros con todos los crá, a los alemanes con toda su polenta física y temple, a los porteños con Maradona y varios campeones mundiales del ’78, a los tanos que siempre son duros y a los holandeses que vinieron en lugar de los ingleses que no quisieron venir; Uruguay llegó a la Final contra Brasil tras ganarle a Holanda y a Italia por idéntico marcador (2-0). El histórico Estadio Centenario se vistió de gala el 10 de enero y en la definición del torneo se repitió el marcador del Maracanazo: 2-1 (Barrios y Victorino para Uruguay y Sócrates para Brasil). La fiesta que los militares esperaban se convirtió en un grito de libertad para el pueblo. Aparicio Méndez y los miembros de su gobierno se miraban atónitos cuando, con el partido ganado, de las viejas tribunas del Centenario se apoderó un grito casi salvaje: “Se va acabar, se va acabar, la dictadura militar”. La banda de música quiso acallar aquel clamor, pero fue el propio Méndez el que ordenó que dejara de tocar para no excitar aún más a una masa que no estaba por el silencio. La gente quería ver a Uruguay campeón y lo vio, como no podía ser de otra manera tratándose de un torneo jugado en nuestro principal escenario. Víctor Hugo Morales inmortalizó en el relato el “Quedate tranquilo, Obdulio, que los muchachos no van a dejar cambiar la historia” y el público que colmó las tribunas se fue feliz Y no hizo la ola, ni se pintó la cara, ni sacó ninguna cartulina pidiéndole la camiseta al Chicharra Ramos o a Waldemar Victorino.
Lo ocurrido ese día de la Final no fue el fin de la dictadura, pero sí fue el grito democrático de un pueblo que aprovechó el fútbol para gritarle al mundo su deseo de democracia. De paso, con un triunfo en la final ante Brasil, siempre saludable. Un verdadero equipo de hombres, comandado por el campeón mundial Roque Gastón Máspoli y con estos nombres. Léalos de a poco, porque puede llegar a emocionarse, sobre todo si se pone a comparar con lo que es el fútbol actual: Rodolfo Rodríguez, Walter Olivera, Hugo De León, José Hermes Moreira, Ariel Krasouski, Daniel Martínez, Venancio Ramos, Eduardo De La Peña, Waldemar Victorino, Ruben Walter Paz, Julio César Morales, Fernando Harry Álvez, Jorge Luis Siviero, Nelson Marcenaro, Víctor Hugo Diogo, Arsenio Luzardo, Jorge Walter Barrios y Ernesto Vargas. Muchachos de estirpe ganadora a nivel de clubes y de selección, que posaban sin ningún tipo de prurito con vasos de cerveza en el banco de suplentes, se tiraron sin miedo ni asco al foso con agua podrida para festejar la gloria que habían forjado en la Hostería de San José, a la que volvieron con la Copa de Oro como ofrenda para celebrar el título de Campeones de Campeones del Mundo. Porque en esta tierra vive un pueblo con corazón, o al menos vivía en aquella época.